Veníamos de pasar un fin de semana perfecto por los pueblos del sur de Madrid. Sin niñas. Celebrando la vida en el mismo lugar donde decidimos caminar juntos hasta el final. Parecía imposible de mejorar. Y para no tentar a la suerte pusimos rumbo a casa por aquello de no abusar.
En esto que un cartel nos indica que a unos kilómetros habrá que elegir entre seguir hacia Madrid o desviarse a Titulcia. Y le digo a mi Eva, que es Cristina: "En Palestina conocí a alguien de Titulcia. Aquilino Castillo, un tío muy grande. Gracias a él pudimos grabar con éxito los reportajes previstos. Habla nueve idiomas. Es el promotor vocacional de la Custodia Franciscana y se pasa casi todo el año dando vueltas por el mundo. Lo mismo está en Washington que en Damasco, en Buenos Aires que en Roma. Y fue responsable de los Scouts de Jerusalén ". Sabía que esto último le iba a tocar la fibra. Ella, que lleva sus Euskalerriko Eskautak muy dentro me propuso que nos desviáramos para conocer el pueblo y, si encontrábamos algún sitio, comer cualquier cosa.
"Busca en la agenda de mi móvil. Mándale un mensaje para que nos recomiende algún sitio". Y así lo hicimos: "Estoy en Titulcia, ¿me puedes recomendar algún sitio para comer? Soy Santi, de la tele". Entrábamos en el pueblo al tiempo que comentábamos que quizá estuviera en Lima, donde aún era demasiado temprano, o que tuviera apagado el móvil? cuando entra su respuesta a modo de auténtica guía gastronómica de la localidad. Sitios, especialidades y precios de algunos de los locales. Comimos como hacía tiempo. Nos hicimos una foto y se la enviamos: "Gracias por la recomendación. Impresionante queso y mejor vino".
Estábamos alabando la ensalada con melva y los huevos a la moderna mientras nos deleitábamos con la cuajada casera de "La cueva de la luna" cuando se nos plantan dos señores al lado de la mesa. "Buen provecho", "Buen provecho" contestamos mecánicamente. Y al ver que no se mueven levantamos la vista y ahí está Aquilino acompañado de Jose, el párroco de Titulcia. Otro cura entregado al pueblo de Dios.
La alegría del encuentro se calmó un poco tras comentarnos que acababa de fallecer su padre. Tenía 85 años y estaba muy enfermo. No por esperada es menos triste una despedida. Lo curioso es que él iba de camino a Washington y decidió hacer más larga la escala para ir a verle. Retrasó el vuelo y llegó a su casa el día que se fue su padre.
Entonces Jose, el párroco, nos pregunta si conocemos el cuadro del Greco que tienen en la parroquia. "¿Un Greco en un pueblo de 1.200 habitantes?", dije casi a voz en grito en el restaurante construido sobre la cueva que los templarios usaron como cripta. "Y no un Greco cualquiera, la Asunción de la Magdalena", dijo con una sonrisa cómplice el bueno de Aquilino. A lo que enseguida saltó el párroco corrigiéndole: "El Tránsito de la Magdalena, la única Asunción es la de la Virgen". Y los cuatro sentimos que una fuerza invisible nos había unido misteriosamente.
Entrar en la iglesia de Titulcia, frente a la bodega del pueblo, es poner los pies en un lugar que invita a encontrarse con Dios. Un templo sencillo, limpio, bien ordenado, con un gusto y un respeto extraordinario por cada uno de los elementos que están a la vista. Y en la pared del presbiterio, bajo un gran Cristo, el cuadro de la Magdalena pintado por el Greco. El primer desnudo integral de la pintura española. Una joya.
El párroco, Jose, nos cuenta la rocambolesca historia del cuadro y del resto de lienzos encargados al Greco que formaban parte del retablo, así como sus actuales destinos. Y nos explica que en su parroquia caben todos. Que él está contagiado por la locura de sus vecinos de Ciempozuelos, del gran centro de salud mental regentado por los de San Juan de Dios, donde también es el capellán. Y la conversación se torna tan agradable y la sintonía es tan plena que cuando nos despedimos con la promesa de volver a vernos mi Eva, que es Cristina, al meternos en el coche va y me suelta: "Esto es un milagro de la Magdalena, ¿no?"