Son portada de los periódicos, ocupan telediarios completos, se despliegan corresponsales a toda la zona, Grecia, Macedonia, Hungria? la vieja Europa. Y su vieja conciencia a la carta está siendo pasto de una crisis de existencia que no existencial.
Personas que buscan la vida, que desde la distancia unos, y en la cercanía otros, le arrebataron.
Desde la segunda Guerra Mundial no se ha producido una ocupación de hordas humanas cargadas de hambre, frio, miedo y?, una esperanza, quizás absurda, de encontrar el paraíso en esta vieja chocha y descuidada Europa.
La pena, la consternación, la aflicción, el horror es unánime, ¿ y el sentimiento de culpa?
Cadáveres de niños o adultos, que más da, flotando o varados en la playa; personas hacinadas sin nada en la mochila y vacío su ser de luchar contra el imposible; dramas permanentes en cada uno de los que cada día se ven obligados a enfrentarse a este monstruo del destierro, pero no olvidemos que no son sólo los Sirios, Libios... estos son la gota que colmó el vaso, antes cayeron muchas otras gotas, unas saladas y otras de sangre.
Columnas de opinión, editoriales, cartas , chats, conversaciones de barra de bar, tienen un mismo tema: hay que hacer algo para ayudar a esta gente, esta situación no puede continuar. Pero quizás nos olvidamos que hay que dar solución al origen de esta sin razón, y no preocuparnos de las consecuencias de ella, por el hecho que nos afecta más directamente.
Y entonces? nos encontramos que la consternación, la pena de los fariseos llega hasta aquí. Poner punto y final a esta crisis humanitaria determina el tomarse en serio la existencia del califato de la locura. Y eso tiene unas implicaciones que nuestra comodidad ni quiere ver ni quiere sentir. Nos quedamos en las maravillosas y lacrimógenas cadenas de las redes sociales.
Y ese ciudadano que pide ayuda a los refugiados o ese tahúr de la política que de cara a la galería quiere votos fáciles, cuando se da cuenta que la solución en el origen puede provocar una guerra que le puede salpicar, o que la amenaza terrorista en su país aumentaría varios escalones?es entonces cuando entra el miedo. Ese miedo a sufrir en tú salón una masacre, ese miedo que paraliza la solidaridad, y pone freno a la posible solución y hace olvidar el drama humanitario, pues desaparecerá de las portadas para no tentar al diablo y que nuestras conciencias se giren hacia otra escusa más de nuestra existencia.
Foto: reuters