OPINIóN
Actualizado 02/09/2015
Emilio Pérez

Se levanta como cada día, con la ilusión en la mirada, enfrentando una nueva jornada llena de expectativas, de proyectos, de sueños, de planes de futuro.

Orgullosa de mantener su independencia lejos de los suyos, consciente y convencida de que conseguirá mantener su emancipación, su libertad elegida para, disfrutando de su presente, acabar conformando en un golpe de suerte su vida laboral.

Afronta cada proyecto con la firme convicción de que éste será el definitivo, con la rotunda voluntad de poner lo mejor de sí misma y ser capaz de convencer a quien corresponda, que tiene el mejor curriculum, la mejor preparación, la breve pero suficiente experiencia y ganas de aprender para ser la candidata perfecta, la asesora ideal, la pieza que falta en el engranaje de alguna empresa o administración, que sin duda, necesita alguien como ella.

Respira profundamente, se sienta con la espalda erguida en su inseparable silla, en la que en tantas ocasiones ha descansado su inquietud. Chasquea los dedos de sus manos, se frota por última vez los ojos terminando de desperezar el sueño y se concentra delante del ordenador para seguir la búsqueda incesante de su inmediato futuro laboral.

Delante de un café recién hecho, pegada a su paquete de tabaco y a su cenicero manchado con los restos de los nervios del día anterior, en el que una y otra vez ha consumido entre humo sus sueños.

Todo ello a la vez que reenvía a través de la pantalla su historia docente, su formación profesional, su carta de presentación.

Como en cada ocasión, no duda en mostrar su desnudez profesional y lo dispuesta que está a realizar todo aquello que se le ofrezca y a cumplir sobradamente con las expectativas que se esperan de ella.

Solicitudes llenas de proyectos, de ilusión, de capacidad de adaptación, de disponibilidad geográfica y funcional, de ganas de trabajar en equipo, de conocimientos de inglés suficientes, de total disponibilidad horaria y, cómo no, con su carnet de conducir B1.

No pierde la ilusión de recibir el correo afortunado que le dé la contestación a las miles de preguntas que cada día contesta en cada oferta de empleo a la que opta.

Sigue sintiendo la emoción de abrir cada día el ordenador y encontrar su futuro detrás de cada página que abre, se sigue acelerando el palpitar de su corazón cuando el nombre de una nueva empresa, en negrita, se asoma en sus correos recibidos, sigue conteniendo la respiración mientras lee nerviosa con cuanta educación, cortesía y amabilidad la colocan en la lista de espera de tantas personas, que como ella, han buscado la oportunidad que se le ha ofrecido.

Y al cabo de las horas, recompone su espalda curvada contra el respaldo de su silla y vuelve a respirar profundamente, mientras se entrecorta su aliento con un suspiro, mirando al techo lentamente mientras piensa en por qué no cambia su estrella.

Y como ella, cada día, en mil lugares de nuestro alrededor, más cerca de lo que suponemos, multitud de jóvenes están esperando para cargar a sus espaldas con el futuro laboral que se les resiste, que los abandona, que los pretende arrinconar y abocar al destierro de sus raíces.

Y siempre tiene una sonrisa, siempre tiene una frase de esperanza, siempre tiene una palabra de agradecimiento por lo que hasta ahora lleva conseguido y siempre tiene la ilusión en la mirada.

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