OPINIóN
Actualizado 02/09/2015
José Amador Martín

Que llegue de tus ojos la mirada clara y transparente, que habita la ciudad invisible, que cruza los espacios de los cielos de cada día. Aquella ciudad  con estancias de aire, en la que habita el olvido y otras veces la ausencia y siempre la luz

Tú, ciudad, me posees, serás eternamente mi ciudad, mi corazón el tuyo, tus torres sagradas vigías de mis pasos, tu cielo la memoria que cobija mi  sueño. En tus cielos,  escribes nuestra historia, en el acontecer  de cada día. Las horas inciertas de la luz no mueren  en la penumbra callada del silencio, aunque nada exista y seas la ciudad invisible de mis días, porque cuando no existan ni flores en los árboles, ni miradas, ni versos  en las piedras, tú,  ciudad,  serás  siempre la ciudad de mi luz, de mis noches y días, porque al decir tu  nombre me respondes, entregada como una feliz amante que enciende su lámpara al llegar la noche, esperando en la ventana  la luz que llega con su eterno enamorado.

No sé si  habrá días nuevos, si soles nuevos alumbrarán mis pasos, pero por tu luz caminará mi mirada.


Los caminos duermen en sombras de abandono, son reductos de sueños que claudican, erosiones de la vida que a veces se resisten a morir, son espacios de sombra llamados al llanto o a la vida incierta de un navegar sin rumbo. El mundo, a veces, claudica ante la realidad que sobrepasa nuestros límites, como caballos desbocados de la desesperación y el abandono

Tú también, mi ciudad, eres ciudad, del llanto, madre dolorida que acoge en su abrazo el silencio del alba, la soledad del hombre que se resiste a morir tendido en un banco de olvido o a extender su mano implorando la vida que le negó su historia.

Ciudad, como decir ciudad sin invocar tu nombre ?? si me llevas de tu mano por la senda fugaz de esta vida arrancada a la sombra.

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