Que acaba el verano, académico-laboral, no es ningún secreto. Ha llegado el momento de dar rienda suelta a todos vuestros anhelos, frustraciones y remordimientos por los planes y proyectos que no habéis llegado a poner en marcha en estos fantásticos días de julio - agosto, en todos esos momentos en los que la ola de calor ha dado tregua. No lo habéis hecho por vagos y lo sabéis. Pero tranquilos, todos esos propósitos y "cuando llegue el verano y tenga tiempo" van a parar al mismo cajón que los de Año Nuevo. Podéis ir allí a rebuscar para encontrarlos, esperandoos, como los perrillos chicos de los vídeos americanos cuando el soldado Ryan vuelve a de Irak.
Si os digo que el verano acaba con una pequeña dosis de tristeza para muchos sin tener nada que ver con la depresión postvacacional que sirve para justificar todo tipo de situaciones... Si os digo que el día 21 fallecía Daniel Rabinovich seguro que muchos os quedáis tal cual veníais. No pasa nada, pequeños. Pero si hubierais tenido la oportunidad de ver a Daniel captando la atención de todo un teatro con un solo gesto, lo recordaríais para siempre y hoy lo estaríais echando de menos.
Daniel Rabinovich era el luthier gambero de Les Luthiers. Tenía la envidiable habilidad de gestionar las risas del público con dos palabras y medio gesto. Su vocecilla suave y casi siempre al borde de la risa tenía pendiente de cada segundo al espectador que, muerto de carcajadas, intentaba seguir a Daniel cuando se enfrascaba en alguno de sus enrevesados monólogos o juegos de palabras de los que parecía que nunca iba a poder salir. Era mi luthier favorito, no lo voy a negar a estas alturas. De ahí mi inmensa pena.
Yo tenía muy pocos años cuando conocí a Les Luthiers, vía vídeos, dvds, audios, cds y hasta libros. Aún recuerdo la primera joya con la que me crucé y me enganchó para siempre: Perdónala. Fui ?y soy? fan muchos años antes de poder verlos en directo en el Palacio de Congresos de Madrid en 2012, en una sesión de Lutherapia que nos dejó como nuevos a todos los que allí estábamos. Por cierto, a mi lado se sentaba Javier Ruiz, el de Las Mañanas de Cuatro y un par de filas por delante Miguel Ángel Solá, el comisario de Desaparecida, argentino como ellos.
Tengo un tesoro en casa que he vuelvo a rescatar de la estantería con motivo de la marcha de Daniel. Uno de los dos libros que escribió: El Silencio del Final. Quizás demasiado apropiado para este momento. Dudo que haya otro ejemplar de este librillo de cuentos en Salamanca. Y en unas cuantas provincias a la redonda. Dice ?o decía? Daniel en su prólogo algo que bien puede resumir hoy ese papel crucial que él mismo jugaba en Les Luthiers, hacernos sentir cómodos, felices, durante cada segundo de las 2 horas que duraba su función:
"Estamos solos, pero sabemos que lo vamos a compartir. Lo escribimos en soledad, pero va a pertenecer a quien lo lea.
Este libro es mío, ahora es suyo también. Yo lo escribí, usted lo lee. Bienvenido a casa, pase, siéntase cómodo."