Otro año el telón fulgente de la niebla se detiene, arrancando destellos a los arrietes de las flores, que bajo un aterciopelado cielo duermen junto a ti.
Fue una tarde agosteña, cuando el sol hace madurar la fruta, y los trigales se cuajan de esperanzas - tu palabra se hizo silencio- partiste a conocer Otra Realidad, Nuevos Horizontes te esperaban.
Pronuncio tu nombre-mamá- es el día de tu onomástica, algo se agita, quizá el toque a arrebato de tu sonrisa luminosa, o la mirada alegre que no consiguió apagar la enfermedad, eras hogar lleno de grano, generosa, con quien necesitaba de tu favor sin importar ser reconocido, repartías como el Señor pan y peces a manos llenas.
Al final cada uno se ve atraído hacia aquello que más ama, y en mi caso has sido tú, te siento en las nieblas vespertinas, en las sombras del mediodía, o bajo el resplandor de la Luna, en las hojas susurrantes del cercano otoño, en el agua besando la piedra, en las relucientes alas grises de los arboles, el tiempo jamás diluirá mi cariño por ti.
Es mi felicitación a un espíritu inquieto, que a buen seguro, el cartero de Dios tendrá que pregonar: ¡Ramona!, muchas veces, para que recojas el día 31 estas letras, junto a la oración.
Gracias por darme la vida, gracias por cada momento de felicidad que en tu dilatada existencia me regalaste.
No sé decirte otra cosa, los recuerdos se siguen agolpando con la misma fuerza, al llegar Agosto.
Allá donde estés recibe todo mi amor. Felicidades mamá.
Tu hija
Isaura