OPINIóN
Actualizado 31/08/2015
Rubén Martín Vaquero

De cuando los dioses se hicieron emigrantes

En un país muy lejano, muy lejano, hubo una vez dos o tres dioses que, cansados de la irracionalidad de sus habitantes, hicieron las maletas y emigraron al extranjero.

Los vecinos, conocedores de sus buenas espaldas (¿acaso no eran dioses?), llevaban miles de años robando, tiranizando, martirizando, esclavizando, explotando y asesinándose unos a otros en su nombre.

¡Ya está bien! -dicen que exclamaron aquellas divinidades- nos hemos empachado de tantos acanallados profetas, visionarios lenguaraces, intérpretes sinvergüenzas, inútiles arrogantes y bobos bienintencionados. 

Al ver los autotitulados sumos sacerdotes que se quedaban sin coartada para justificar sus mezquindades, apretaron a correr detrás de ellos para hacerles cambiar de idea.

No pudo ser, era una decisión muy meditada, pero como los dioses eran quiénes eran se armaron de paciencia, encogieron los hombros y se volvieron a darles explicaciones:

  -¿Qué queréis que os contemos? ?dijo con la voz fatigada el mayor-, mira que era difícil con el aguante que tenemos, pero habéis conseguido hartarnos. Estamos hasta el gollete de todos vosotros. Nos asfixiáis. Necesitamos tomar distancia para quitarnos el amargor y respirar.  

  -Estáis cargados de razón? -comenzaron los hipócritas disimuladores-. ¿Qué hemos de hacer para contentaros?

El dios más joven no necesitó pensar mucho la respuesta:

  -¿Qué tal si os vais un poquito a freír espárragos?

Aquellos dioses estaban realmente enfadados.

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