OPINIóN
Actualizado 31/08/2015
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Humedad tropical. Deliciosa caricia cálida que pasa por la frente y deja un agradable aroma de mango, de coco recién cortado, de jugo de papaya?  Rumor de olas que apagan su fuerza con sosiego, con calma antigua, en la ribera tosca de playas sin nombre. El mundo está sin nombrar. Alguien con habilidad eterna ha creado el trópico y lo está contemplando, satisfecho, pensando en cómo lo va a llamar; debatiendo consigo mismo sobre acentos y musicalidades?

Entre los manglares se abren paso con un ingenio que sorprende unos chiquillos desnudos, también sin nombre. La aldea de la que proceden está cerca, pero les parece que han atravesado el universo, por trochas y veredas indefinidas. Tampoco hay quien haya nombrado aún la aldea. Nunca hizo falta. Doce casas mal dispuestas en un claro entre la maleza, donde se está cociendo lentamente lo que un día se llamará algo así como sancocho de gallina?

Los hombres buscan la sombra para dormitar un rato antes del almuerzo. También lo harán luego, para asegurar una buena digestión. No hay afán. Todo está por hacer y ya se hará. Dizque con el tiempo se construirán grandes casas, que estas islas se poblarán de gente lejana, de la que viene y se detiene, y de la que llega y se va, no se sabe ni de dónde ni adónde. Pero eso son imaginaciones de viejos fantasiosos, los que padecen insomnio y con su temor a la muerte no se dejan acoger ni por el más suave de los sueños.

Tampoco los hombres tienen nombre todavía, ni lo necesitan. En realidad todo está hecho, salvo el lenguaje. Aún no se ha creado el habla. Estos que un día serán llamados indígenas no necesitan comunicarse. La naturaleza está a su servicio y no tienen más que recoger sus frutos, repartirlos y disfrutar. Se enfrentan sólo a las inclemencias del tiempo; ni animales salvajes hay en estas costas perdidas.

Los que están viniendo de Oriente llegarán cargados de nombres, con el poder vicario de designar lo que encuentren. Esos serán los que vengan cubiertos, con pendones y corazas. Impondrán sustantivos a cada cosa que vean, mutilando el silencio y escribiendo la historia. Atribuirán adjetivos y, armados de verbos, avasallarán la tierra. El mundo quedará nombrado.

Luego traerán a otros, que con su piel oscura también serán sometidos? y designados. Quedarán, cómo no, afectos al ineludible poder del lenguaje, aunque se adaptarán a estas cálidas orillas, y no olvidarán aquellas otras de las que fueron arrancados. Entre unos y otros, entre los otros y los unos, todos con sus nombres y sus conceptos convivirán con esfuerzo para hacerse una patria compleja.

Tendrán sus dificultades, lucharán por la supervivencia y, tal vez alguno recordará, con su impasible amor por la esencia, que ese cuento amargo que les han ido contado es una sesgada lección impuesta: ya sus antepasados, en realidad, tenían una antigua y hermosa lengua con la que designaban las cosas que ese Ser contemplativo y satisfecho con generosidad el primer día les había regalado.

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