OPINIóN
Actualizado 30/08/2015
@santiriesco

Cuando las nubes se quedaron a vivir en mí, no tuve más remedio que buscar ayuda. Pero no fue tan fácil. Así dicho parece casi mecánico. El aparato no funciona, se lleva al taller y listo. Qué va. Lo realmente complicado es ver las nubes. Saber distinguirlas del humo del tabaco en una mala resaca, de la niebla del cansancio, de la falta de visibilidad propia de los días lluviosos.

 

La gente que te quiere enseguida se percata. Y te dicen que se te está llenando de nubes la vida, que casi no se te ve con tanta espesura. Pero aunque ya te has dado cuenta ahora toca aceptarlo. Es el jodido siguiente paso. Reconocer que se te ha llenado de nubes la vida no es fácil. Para un hombre que se engañaba engañando, mucho más. Buscar ayuda es casi, después de todo, lo más sencillo.

 

Tengo la suerte de tener buenos amigos que, amén de psicólogos y terapeutas, son ?y los siento, y me sienten- como hermanos. Tocar en la agenda el nombre de uno de ellos y sentirme acogido, comprendido, consolado y acompañado fue todo uno. En menos de diez minutos tenía un terapeuta especializado en calamidades humanas al otro lado del móvil dándome cita para vernos al día siguiente. Y así fue.

 

Son ya tres años de camino. Al principio el dolor era tan fuerte que sólo veía una salida. Y me daban infartos imaginarios que dolían como infartos reales. Aquel día llevaba en el coche a mi mujer y mis hijas. Las punzadas en el corazón hicieron que perdiera el control. Un milagro hizo que no chocásemos con el que venía de frente. Y las nubes negras descargaron tremenda tromba de lágrimas sobre el volante.

 

Al principio se me agolpaban en el costado y no me dejaban respirar. El médico no me encontraba nada. Y no podía casi ni hablar. De pronto rompía a llorar y me desbordaba sin control. Era imposible parar. Estábamos lejos de casa y no sabía si podría llevar de nuevo a mi familia hasta el que era nuestro hogar. Tuve que llamar al terapeuta. Unos ejercicios con mi mejor medicina -mi amiga, mi compañera, mi amante y confidente- fueron suficientes para que pudiésemos regresar.

 

A veces se quedaban apretadas en la garganta. Las lágrimas no hacían más que crecer sin brotar. A las tres de la mañana me presenté en las urgencias del hospital jurando que tenía algo que no me dejaba tragar. La úvula inflamada, un elemento extraño. Y los médicos, con paciencia, y con un trato exquisito, me aconsejaron volver a casa para que tratara de descansar. Que no veían nada. Que si seguía así regresase por la mañana. Y al volver a casa me dio por llorar.

 

Poco a poco voy conociéndome. He descubierto mucho de mí. No todo me gusta, pero soy yo. El trabajo es aceptarme y quererme tal cual. Las visitas al terapeuta se han ido espaciando y ahora apenas si nos vemos una vez al mes para revisar dónde se me acumulan las lágrimas.

 

Esta semana se me volvieron a enquistar en el costado pero no les hice caso. Dormí de un tirón. Me he levantado feliz abrazado a la costilla que me da la vida. A mi Eva que es Cristina. A mi medicina.

 

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