Parece que, en ocasiones, las parábolas se anticiparan a la realidad. O que la realidad funcionara por parábolas. Una de las más hermosas, en la literatura contemporánea, es la novela de Dino Buzzati, El desierto de los tártaros (que, dicho sea de paso, Jorge Luis Borges, incluyó dentro de lo que es su biblioteca). Si la obra apareció en Italia a principios de los años cuarenta del siglo pasado, contamos con una temprana edición española, muy hermosamente editada por José Janés, de 1956.
El joven militar Giovanni Drogo es destinado a La Fortaleza, por donde se dice que, un día, llegarán los tártaros, con toda la amenaza que traen, lo que implicará la destrucción del reino. La Fortaleza está ubicada en uno de los confines de tal reino. Y la vida de Giovanni Drogo transcurre entre la rutina y el tedio, entre una disciplina y una vida regulada de modo rígido, en espera de esa amenaza que nunca llega.
Otra parábola contemporánea muy hermosa y, por ello, una obra decisiva, es la obra dramática de Samuel Beckett, Esperando a Godot, de 1953. Que concuerda, en más de un aspecto, con El desierto de los tártaros.
¿A qué viene todo esto? ¿Por qué lo traemos a colación? A lo largo de este verano, de las apacibles vacaciones de todos nosotros, de todos los europeos, de todos los occidentales, se está produciendo una terrible crisis que, en buena medida, nos deja más que indiferentes.
Europa es La Fortaleza, funciona como una verdadera Fortaleza. Ahora mismo, miles de seres humanos están tratando de escapar de las guerras de Siria y de otros enclaves del medio oriente, de esa feroz barbarie de los terrorismos decapitadores de cualquier dignidad humana. Y, cuando esos seres llegan a las puertas de Europa, por tierra y mar, los expulsamos, los recluimos, los golpeamos con porras y les lanzamos gases lacrimógenos. Ese es el recibimiento que les damos a los otros, a los extraños, en el continente que ha creado el humanismo, que ha lanzado a los cuatro vientos las diversas declaraciones de los derechos humanos. Y nos quedamos tan panchos.
El mismo Cristo indica en el evangelio que lo que hagamos a uno de esos extraños, extranjeros, a él se lo estamos haciendo. Pero qué más dan los principios religiosos, los principios civiles, las teorizaciones humanistas sobre la dignidad humana, el derecho de gentes que teorizaran los teólogos españoles en el descubrimiento y colonización de América?, si nuestros gobernantes invocan el principio de la sacrosanta seguridad, ya que el nuevo dios de Europa y de occidente es el dinero. Y, frente a esos nuevos dioses, qué más dan los seres humanos que llegan a las fronteras de La Fortaleza; dan completamente igual, se consideran un problema y son recibidos con alambres de púas y concertinas, o con devoluciones en caliente (qué eufemismo), o con reclusiones, o con porras y gases lacrimógenos. Como también dan igual, aquí, dentro de La Fortaleza, los parados, los desahuciados, ese eslabón débil que toda sociedad genera.
Las parábolas se anticipan a la realidad. Ya El desierto de los tártaros, del extraordinario y autor de culto italiano Dino Buzzati, que va a cumplir tres cuartos de siglo, nos habla de ese peligro inventado ?los tártaros, tantos tipos de tártaros, de bárbaros? de quienes viven tranquila y cómodamente en La Fortaleza, para justificar su tranquilidad y bienestar. Es una parábola que se anticipa a lo que hoy vivimos. Pero Europa, occidente, La Fortaleza, tendría que reflexionar algún día, y sacar las consecuencias adecuadas, de cómo mucha de esa barbarie que ocurre en el exterior está originada por tantas políticas erróneas de la propia Fortaleza, que impulsa a tantos seres humanos ?como este verano está ocurriendo? a tratar de escapar de la barbarie, para salvar la vida, llegando a ese "paraíso" del continente que creó el humanismo y los derechos humanos y que, ante ellos, se comporta de un modo tan bárbaro.