Preguntó un gurú a sus discípulos si sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día. Uno de ellos dijo: "Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo".
"No", dijo el gurú.
"Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o un anacardo".
"Tampoco", dijo el gurú.
"Está bien", dijeron los discípulos, "dinos cuándo es".
"Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano, cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces sea la hora que sea, aún es de noche para ti" (A. de Mello):
"En todos los seres humanos existe un pozo profundo, que es el pozo de la samaritana. La sed que hay en todos los seres es el amor a Dios. Todo ser humano nace con las entrañas heridas por este amor, nace con una sed. Esa sed de Dios es la ansiedad reflejada en los rostros de todas las gentes que andan en las calles" (E. Cardenal). Cuando la persona es capaz de reconocer esos rostros es que ve con ojos limpios, con el alma y el corazón. Es el amor lo que permite ver al hermano y no pasar de largo.
Los ojos son la expresión del alma. Hay muchas clases de ojos: hay ojos inquietos, llenos de vida, de luz, de esperanza, capaces de admirarse, dulces, tiernos, tristes, cansados, llenos de ira y de avaricia, ojos miopes y ciegos.
Existen la luz, el bien, el amor; pero el problema radica en la incapacidad para percibir estas realidades. Hay ciegos que no saben que sus ojos podrían ver. La visión se puede mejorar con el ejercicio y puede perderse, parcial o totalmente, si falta el entrenamiento diario. Es necesario, por consiguiente, educar para ver y eliminar todas las causas de la ceguera.
San Juan nos presenta a un ciego de nacimiento (Jn 9, 1-14). Los discípulos preguntan a Jesús si son los padres los culpables de esta ceguera.
¿Quién tiene la culpa de que tantos hijos no sepan ver? Es posible que muchos padres y educadores les enseñaran el mirar en una sola dirección, con una mirada simple y superficial de las cosas. Nunca miraron en profundidad y no ven nada y no valoran nada. Estas personas, miopes o totalmente ciegas se convierten en superficiales y deshumanizadas, incapaces de ver a Dios y a los seres humanos.
Cristo es la luz. Igual que se acercó al ciego de nacimiento se acerca a todos los que, por su culpa o la de los otros, no han podido ver. Su sangre nos limpia de todo pecado, de toda ceguera y si se camina en su luz, se vive en comunión con los demás.