OPINIóN
Actualizado 29/08/2015
José Ramón Serrano Piedecasas

Claude Lanzmann, el autor y director del impresionante documental "Shoah" (Holocausto), con ocasión de presentar en Sevilla su postrera contribución -"El último de los injustos"- afirmaba que Hannah Arendt se equivocó al hablar de la "banalidad del mal". No sólo se equivocó, sino banalizó el mal infligido. Pienso que ambos tienen razón: Arendt pone su acento en el móvil y Lanzmann lo hace en el resultado.

El mal inmenso que un reducido número de personas, preocupado por conservar su puesto de trabajo, ascender en el escalafón, procurarse un mayor beneficio económico, acrecentar su prestigio social, etcétera, se salda con el exterminio de millones de personas, no es "banal"?. No obstante, los motivos siempre serán ridículos y "banales" si los cotejamos con los desastrosos resultados obtenidos. Justo ahí, justo ahí reside la estupidez absoluta. El mal absoluto se manifiesta cuando el "otro" ha dejado de existir como persona y se canjea tal cualidad por beneficios económicos, "razones de estado", nacionalidades, creencias o ideologías. En el sentido propuesto por Lanzmann, inventarse, para justificar la invasión de un país, la posesión de unas "armas de destrucción masivas" no fue "banal", fue un crimen de agresión ilegítima. Desde esta misma perspectiva reconvertir en deuda pública la privada de unos bancos facinerosos, no es "banal", es una estafa sin precedentes. Tampoco es "banal" que un montón de jóvenes titulados se tengan que ir a lavar platos a Helsinki o cobrar como becarios de alguna "prestigiosa multinacional" trescientos euros al mes. Menos aún que una de cada tres familias españolas vivan en la pobreza. El origen de cualquier maldad consiste en conjugar todo los tiempos habidos y por haber únicamente desde las primeras personas -yo soy, somos nosotros- y, a mayores, burlarse del resto de los esquilmados ciudadanos haciéndoles la peineta.

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