El otro día leía una larga entrevista con el actual director del Prado. Entre otras cosas decía, a pregunta capciosa del entrevistador, que el anterior entrenador madridista, Ancelotti, no había visitado el museo que dirige durante los dos años que había vivido en Madrid. Y añadía que los futbolistas, en general, no solían visitar museos.
Yo no me sorprendí de eso. Ni de las declaraciones del director del museo, ni que los del mundo del fútbol estén para gozar de museos precisamente. Se supone que un director desea que su museo se visite. Son los números los que finalmente parecen importar al staff dirigente de la cultura. Y también la lista de ilustres personajes (añado) que por allí se acerquen.
El profesional futbolero, en general, no es dado a degustaciones selectas del mundo cultural y acaso muchos de estos no conozcan esa vertiente de la ciudad donde prestan sus servicios. Otra cosa deben ser los locales de copas y restaurantes de cierto postín. Al menos ese es el tópico. Cada uno en lo suyo y acorde con su edad y condición.
También el citado director y algunos otros podríamos llegar a pensar que eso de visitar museos pueda ser paradigma de interés por la cultura. Pero tampoco creo que ese asunto demuestre nada. O muy poco. Como tampoco debiera serlo el leerse un libro de moda, ver una determinada película, o asistir a un concierto o un ciclo de conferencias. Por sí sólo nada de eso lo es. Y a lo mejor todo junto sí que lo es. Y yo no pienso que haya que poner un suspenso en cultura por una de esas carencias. La cultura es una suma de valores complejos que andan por campos diferentes (incluidos los del deporte) y en niveles muy distintos. Algo difícil de definir en su totalidad. Acaso pueda estar en apreciar un pensamiento (y elaborarlo), un determinado sonido, unos colores y unas luces (estén estos en la forma que fuesen), en respetar e intentar aprender de otros, y tener alguna inquietud más que las de la propia actividad profesional. Futbolistas, periodistas y directores de museos incluidos.