Tengo dos ahijadas rusas. Marina es medievalista, periodista y especialista en iconos y, Arina artista y pintora, aunque más cercana a las imágenes de la Semana Santa española, como buena postmoderna; una hablaría con pasión del Icono como parte irrenunciable de su fe, otra con un cierto rechazo, supongo que como parte también de su fe ahora encontrada. No sé si es un atrevimiento hablar del icono y su desvelar teológico más profundo, no soy ni especialista en el tema, ni tampoco he vivido en la religión cristiana oriental, pero como a muchos occidentales nos atrae su profundo lenguaje teológico, del que también nuestra cultura y religiosidad ha participado a través de la pintura románica.
El origen del icono, como de la teología cristiana está en la encarnación de Jesús, en sus palabras, sus gestos, su vida, su muerte y resurrección podemos desvelar el sentido más profundo de su ser divino, es el signo, el sacramento, el amén de Dios. Decía san Ireneo, que Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios, se puede decir que el icono consiste en representar este hecho, esa finalidad del hombre a la que está llamado y acompañar al creyente en su camino. En el Icono se produce la "presencia" del misterio y de la gracia lo que se desvela, dejando en penumbra los detalles externos o que caen bajo los sentidos. Por eso se puede decir que el icono no trasmite el rostro cotidiano y banal del hombre, sino su rostro glorioso y eterno. El verdadero sentido del icono es mostrar a los herederos del reino de Dios esa herencia incorruptible cuyas primicias se inician en esa vida terrenal. El icono fija de modo visible a ese hombre convertido en un icono viviente, en una verdadera semejanza de Dios, no representa la divinidad, sino la participación del hombre con la divinidad.
El icono debe aunar esas dos realidades, así como Jesús "habita la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2, 9), la realidad histórica y terrenal, y la realidad de la gracia de Dios. Se debe mantener esa realidad histórica, deben estar pintados con precisión histórica, conforme al relato evangélico. También los santos, sus rasgos históricos deberán ser cuidadosamente preservados, a veces se olvidan algunos rasgos, se pierden o está la imperfección del trabajo, pero lo esencial no es lo que le falta al icono, sino lo que guarda en común. Por lo tanto, queda fuera del Icono la imaginación del pintor o la representación de un modelo vivo. La sola realidad histórica no constituye un icono, el icono deberá indicar su santidad, el aspecto humano de Dios encarnado. No hay palabras, ni imágenes para representar la gracia de lo divino, el Icono se puede referir a ella con ayuda de formas, colores, líneas simbólicas, mediante un lenguaje instituido por la Iglesia y unido al estricto realismo histórico.
Se deduce de esto que el Icono es más que un adorno, sea de un templo o de la casa, tiene una dimensión catequética, dogmática, litúrgica, orante, también pictórica, pero todavía más, es una "ventana" o un "puente" hacia lo Absoluto o lo Transcendente. Desde esta profundidad, un Icono no se pinta, sino se escribe, por lo tanto está para ser leído. Un icono no se lleva de un lugar a otro, se visita en este o aquel lugar religioso. Un Icono no necesita para realizarlo de un artista, también pero más, principalmente se necesita de una persona de fe profunda y de vida interior, con el carisma concedido de escribir Iconos. El escribidor de Iconos es un artista "inspirado", debe trabajar en un clima de oración, ayuno, de apertura al misterio, de lectura de los textos sagrados. No se busca un parecido con el prototipo, sino una "participación" con el prototipo, que desvele el misterio profundo de la realidad representada, es por lo tanto una auténtica teología.
Como nuestros objetos de culto católico, las Escrituras, el cirio, la cruz que ocupan un lugar privilegiado en las celebraciones y en el templo, el Icono también forma parte de la liturgia, se coloca en un lugar privilegiado dentro la celebración y de la Iglesia. Se coloca el Icono correspondiente al santo del día sobre el atril en el centro de la nave de la Iglesia, no está al servicio del culto, es un objeto de culto. Para un oriental le es extraño un Icono fuera del culto, en las casas o en un museo, apreciados como obras de arte o decorativas, también como un objeto comercial para sacar de ellos provecho en nuestras sociedades secularizadas. Un icono, como hemos apuntado, es más que una imagen, es un símbolo de lo sagrado, es un camino a la economía divina de la salvación.
Desde ayer casi a tientas y aterido
he cambiado el color de cada cosa,
renombrando mi mundo desde el fuego
que me da tu presencia.
(?)
Desde ayer casi a tientas, tu ala me sostiene
me regala el secreto que abriga lo escondido
como en las horas viejas en que Dios,
de paseo,
cantaba desde el mar.
Pedro Miguel Lamet, "Casi a tientas", Volver a andar la calle (1982)