OPINIóN
Actualizado 24/08/2015
Antonio Matilla

Vaya por delante que no soy un gran aficionado a los toros, aunque fui vitista en su día, tal vez por oposición a mi padre, q.e.p.d., que era cordobesista; un hijo adolescente que se precie ?que se precie como adolescente- tiene que oponerse a su padre aunque le quiera o precisamente porque le quiere. La primera vez que fui a los toros, que yo recuerde, me llevó mi tío Gregorio, con el que compartía muchas cosas, sobre todo la afición al dulce -¡tiembla, pastelería, que vienen Gregorio y Antonio!-. El caso es que, como estábamos en sol y sombra y yo era muy pequeño, debí de insolarme un poco y la corrida me sentó fatal. Mucho tiempo después, siendo director de la Escuela Hogar de Santa Marta, pude conocer un poco más los toros desde dentro, pues muchos de los niños internos eran hijos de mayorales, pastores y empleados en general de las fincas de toros bravos y de fincas agroganaderas en general. Solía yo visitar las casas de sus familias aprovechando una u otra ocasión y allí vi de todo: viviendas muy dignas en medio del campo charro, con todas las comodidades de los años ochenta del siglo pasado, que no eran ni mucho menos las de ahora; pero también me permitieron entrar en infraviviendas sin luz eléctrica o agua corriente y no digamos  teléfono.

Aquellas visitas me ayudan a imaginar, hoy en día, lo caro que debe ser criar un toro de lidia, lo que explicaría no pocos de los problemas que experimenta hoy la fiesta nacional. Y aquí estriba otro de sus problemas: ¿es nacional? Dígame qué es, o qué se imagina Vd. que es y cuál es su nación, que me opongo porque yo imagino otra y la mía es otra que la suya.

Siempre ha habido taurinos y antitaurinos. Me llama la atención la coincidencia de los opuestos al respecto, digo de los antitaurinos. Coinciden los opuestos en intentar prohibir el espectáculo de los toros. Por ejemplo: se opusieron a los espectáculos de circo con fieras ?toros incluidos- personalidades tan importantes como Cicerón, Prudencio, Casiodoro, San Agustín o San Juan Crisóstomo, por arriesgar frívolamente la vida humana. Esta postura de oposición moral a los toros se afianzó durante la Edad Media y llegó a su punto más caliente en el Concilio de Trento y en la Bula 'Salute Gregis' del papa y santo San Pio V, fechada el 1 de Noviembre de 1567. En la conciencia del papa la oposición a los toros debía ser firme, pues tenía asuntos más importantes en qué pensar ?la expansión del Estado Islámico de la época, por ejemplo-, faltando apenas cuatro años para la batalla de Lepanto. Su sucesor, Gregorio XIII, suavizó un poco la prohibición en 1575, a instancias del rey de España, Felipe II. ¿Qué llevó a un rey tan católico a ir contra la Bula papal?

El hecho de que la prohibición causaba perjuicios no a la fiesta sino a la propia religión católica española, porque en tiempos de la Santa Inquisición, los aficionados a correr y ver correr los toros empezaron a despreciar la pena de excomunión. Vamos que estaban dispuestos a irse al infierno ? ¡en aquella época!- antes que renunciar a su afición y pasión taurina.

Aquella Inquisición desapareció gracias a Dios y al compromiso de los librepensadores españoles, pero me da a mí que, como estuvo activa durante siglos, no es fácil de erradicar del todo y ahora ha rebrotado una Inquisición de lo políticamente correcto que amenaza con penas de excomunión de la liga progresista y dicta el entredicho -apartamiento de las filas de la modernidad- a los que sigan toreando o yendo a los toros. Rebelarse contra la antigua Inquisición es extemporáneo, lo que me preocupa es si estamos o no dispuestos a rebelarnos contra la nueva Inquisición defensora de la doctrina de la fe en lo políticamente correcto.

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