Me veo a mí mismo desde la lejanía: casas tendidas sobre una línea malva. Los fuegos de artificio, por oriente. dibujan la alegría que se va. !Cuánto horizonte cabe en la tristeza que ahora respiro! Hasta el silencio suena en los caminos. Tras la alameda flota el holograma de mi identidad. Arriba, están los ojos de Santiago, una vereda inmensa. El infinito, en este instante, danza entre mis dedos, mientras respiro la melancolía que brota en esos fuegos raudos, efímeros, igual que estas palabras que me nombran rasgando la alegría de un instante que ya es vacío, hielo, oscuridad.