OPINIóN
Actualizado 24/08/2015
Javier González Alonso

Existen más de 400 especies de robles en el mundo, con una gran variabilidad dentro del propio género, pueden presentan formas arbustivas y arbóreas, llegando a superar los 30 metros de altura; o pueden poseer hoja perenne, caduca o marcescente. Los podemos encontrar por todo tipo de suelos y climas, sean las regiones templadas del hemisferio norte o zonas de montaña de climas más cálidos.

Su nombre genérico latino, Quercus, proviene del idioma celta Kaérquez o quercuez, árbol bello, como se conocía al roble entre los galos. En nuestra Península habitan algunas especies concretas, como pueden ser el Q. robur, roble común, albar o carballo, apelativo dado por los romanos por su dura madera y de gran solidez; Q. petraea, roble albar, por su tendencia a ocupar sitios agrestes y secos; Q. pyrenaica, roble melojo, aunque falte casi por completo en los Pirineos; y alguna otra especie más, como el Q. pubescens, que se localiza en climas más suaves. Además, dentro del género Quercus, al que pertenecen los robles, también se encuentran otras especies emblemáticas ibéricas, como son la encina, el alcornoque, el quejigo?

Los robledales forman bosques de una gran riqueza biológica, sean bosques puros o combinados con otras especies. Su fuerte madera, resistente a la descomposición, ha sido muy utilizada en construcción y en la fabricación de muebles. Tiene, así mismo, multitud de propiedades terapéuticas, pues su corteza tiene componentes astringentes, antisépticos, antiinflamatorios y hemostáticos, gracias a la riqueza en taninos y flavonoides, hecho que ha sido históricamente aprovechado por los vinateros para mejorar la calidad de los caldos.

Desde la más remota antigüedad, el roble ha sido considerado un árbol sagrado para muchos pueblos, el dios padre o, simplemente, el árbol por excelencia. Es el Zeus griego; el Júpiter romano; Perun para los eslavos o Perkunas para los lituanos; Donar para los Germanos o Taaras para los fineses, por no hablar de su consagración a Thor, dios del trueno nórdico, tanto por su carácter sagrado como por el hecho de atraer los rayos. El roble era considerado el dios del cielo, la lluvia y el trueno, de ahí la asociación con las deidades más poderosas. En Grecia, el oráculo más respetado, el de Zeus en Dodona, las profecías se determinaban a través de los susurros que el viento entonaba entre las hojas de un roble sagrado.

Los druidas, cuyo nombre gaélico proviene de la palabra roble, daer o duir, únicamente se reunían en presencia de un roble, porque reunía las propiedades de fuerza y sabiduría. Todos los símbolos religiosos estaban tallados en madera de este árbol y los aquelarres de brujas, según la mitología, tenían lugar bajo las ramas de estos. En muchos pueblos, el roble es presentado como el antecesor directo, bien fueran las primeras madres de los helenos o los antepasados de los arcadianos. Siempre han estado relacionados con el poder: la Tabla Redonda estaba hecha de madera de roble; el Árbol de Guernica, en Euskadi, es el lugar donde se reúnen los habitantes de un pueblo para celebrar sus asambleas, ya que, según la tradición, es donde se administra justicia, bajo el roble sagrado.

Pese a toda esta tradición, ciertos sectores siguen renegando de la sabiduría helena y se empeñan en matar a esas "primeras madres". Fue el caso que se dio en la comarca llamada "El Rebollar", al sur de la provincia, cuando en 2013 se aprobó la tala de 150 robles de más de un siglo de antigüedad. Afortunadamente, otro sector luchamos por la conservación de esos valores naturales, y así se pueden mantener, sin salirnos de la provincia, dos símbolos de esa resistencia legendaria que ofrece el roble: el de Batuecas y el de su Canchal, ambos en La Alberca, en ambos casos por la figura de protección que han conseguido? si, gracias al reciente cambio legislativo, no los quema algún desaprensivo.

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