Para escribir versos hay que tener en la mano un trozo de médula espiritual que haga vibrar el alma.
Podemos escribir con una mano palabras trenzadas componiendo versos, pero estos enfermarán de soledad buscando entre las estrofas poesía sin encontrarla, porque es necesario tener en la otra mano un trozó de médula espiritual que dé vida a los versos cincelados con frías letras y asépticas palabras empedradas y carentes del sentimiento que las hagan visibles a los ojos encendidos del alma.
Sin vibración espiritual, de nada vale el esfuerzo por asir el misterio oculto en la incertidumbre del ensueño, si antes no se han abierto las compuertas al estremecimiento que fluye como un torrente camino de la patena del mar íntimo y personal, donde el viento pespuntea con puntos de ola corazones hermanados en la fugacidad de un beso.
Mirar de reojo al suelo no es buen camino para descubrir el misterio. Perturbar el silencio con rumores evanescentes no conduce a la liberación del espíritu. Humedecer la pluma en lágrimas lacera aún más la tersura del pliego. Pero no perdamos la esperanza porque detrás de los latidos del alma espera la resurrección.
La poesía juega con las palabras a confundir el diccionario, obligándolas a mantener el nombre pero cambiando el significado para dislocar la lógica, sin ánimo de persuadir con argumentos, sino galanteando con sentimientos hermanados sin vulgaridades prosaicas para escamotear las intenciones de sanación anímica con vibraciones emocionales.