OPINIóN
Actualizado 23/08/2015
Raúl Vacas

De mudanza en mudanza. Así se pasa la vida. De permuta en permuta, de mutación en mutación. De nido en nido, como el cuco.

Mudamos nuestro cuerpo del envoltorio materno a la vida de afuera. Mudamos nuestra voz para gritar más alto que los otros al tiempo que dejamos el hogar de la infancia entre los cromos. Mudamos las plumas de los sueños que, noche a noche, le dan alas al vuelo y, día a día, nos mantienen vivos. Mudamos la piel, igual que las serpientes, con los rayos del sol y dejamos la huella del que a diario somos envuelta en la rutina, lejos del mar, a sólo una manzana de cualquier paraíso. Mudamos el corazón y todos sus asuntos, cuidadosamente embalados en las cajas del tiempo y del recuerdo, o en las cajas vacías del olvido ?mucho más frágiles- para buscar cobijo en otro cuerpo.

Nos mudamos de ropa en los probadores de las tiendas de moda, en los cuartos de baño, a los pies de la cama, junto al ataúd.

Mudamos el empleo, las empresas, nuestro nombre de pila. Mudamos la carne, el alma, la sombra y el espíritu, la risa y el llanto. Mudamos de casquillo las ideas cuando la realidad no arroja ya más luz y acaba por fundirse la esperanza. Mutamos nuestros genes y nuestros cromosomas. Mudamos los pies en los pasos de baile. Nos mudamos de casa y de ciudad. Mudamos el país, la identidad, el género y la vida.

Una a una desdoblo las palabras que forman mi equipaje y las ordeno en los armarios de este breve espacio en el que soy y seré a partir de ahora.  Atrás dejo mi cuerpo transmutado.

Abro los ojos. Reparto la mirada entre las calles y cigüeñas de este nuevo hogar y siento la mudanza de la luz.

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