No puede haber verano sin lectura. Todo verano que se precie ha de contar con una cartografía de lecturas, personal siempre y distinta en cada lector, pues unas lecturas llaman a otras y van estableciendo entre ellas misteriosos vasos comunicantes, que en eso, en esas relaciones sorprendentes y secretas, consiste la cultura siempre.
Leemos de continuo, al tiempo, cinco o seis libros, pues, según los momentos del día y los estados de ánimo, según el grado de atención y la predisposición mental y anímica, unas lecturas son más adecuadas que otras.
Desde nuestros años mozos, cada verano solemos leer una novela larga, consistente, rotunda. Este de 2015, dudábamos entre Los Buddenbrok, del muy frecuentado Thomas Mann o Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Optamos por esta última; en realidad, una relectura, pues ya la habíamos leído en nuestros años universitarios. Y nos ha conmovido, pues, aparte de ser ya una novela clásica dentro de la contemporaneidad, es de una actualidad increíble, al abordar la precariedad existencial de una familia campesina, los Joad, expulsada de sus tierras de Oklahoma y que ha de realizar un agónico periplo migratorio hacia el oeste, de donde serán continuamente expulsados, en busca de trabajo, que siempre se les niega. Es toda una parábola contemporánea, de plena actualidad.
Pero son necesarias también otras lecturas, más sutiles, más lentas, de un calado más hondo. Hay que realizarlas muy despacio, con el entendimiento y el alma bien abiertos, porque, como los techos de las cuevas, van destilando, gota a gota, un agua purísima, que hay que ir bebiendo a muy pequeños sorbos.
Entre estas, la más conmovedora ha sido la de Microlitos, aforismos y textos en prosa, del judío rumano Paul Celan, que en alemán escribiera toda su obra; posiblemente el poeta más decisivo de todo el siglo XX. Profundidad y sorpresa, humanismo revelador, vitalismo reflexivo, un nuevo modo de estar en el mundo después de Auswitch, tras tantas vidas inmoladas y dañadas (T. Adorno) en los siniestros campos de la barbarie y de la muerte? Lean, lean siempre la poesía de Celan.
Y también un libro, El abuelo del rey, del gran e imprescindible Gabriel Miró, un escritor de culto, nuestro más alto estilista contemporáneo; frecuentado por pocos, pues los demás, desgraciadamente para ellos, se lo pierden. Sensorialidad, lentitud, captación de la vida provinciana, plasmación sutilísima del tiempo, de la naturaleza, del cosmos, de las vidas?, todo ello se encuentra en la obra de Gabriel Miró. Y esta suya, El abuelo del rey, que no es de las más conocidas, cumple cien años de su publicación, pues se publicó en la Editorial Ibérica, en Barcelona, allá por 1915.
Y más y más lecturas, que en este espacio no podemos enumerar siquiera, pero que forman parte de nuestra cartografía íntima de este verano de 2015, marcado por el calor, por la arqueología, la etnografía (observación de las fiestas patronales serranas, búsqueda de huellas de teatro popular, recogida de leyendas de tradición oral, indagación en antiguos textiles salmantinos, búsqueda de antiguas fotografías albercanas, para continuar nuestro proceso de edición de las mismas, en ese proyecto en que estamos, que hemos titulado Memoria visual de La Alberca y cuyo tercer volumen hemos ya editado, sobre Los trabajos y los días?), la amistad, la familia, el encuentro con familiares, amigos y con paisanos?
Y también marcado por las lecturas, pues no puede haber verano que se precie de tal, que carezca de ellas. Los amados libros, de que hablara el maestro Azorín. Sin ellos, la vida, el existir tendría muy poco sentido.