OPINIóN
Actualizado 21/08/2015
Luis Marcos del Pozo

"En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira". dijo Campoamor. La frase apunta a desarticular cualquier posición religiosa, filosófica, política, económica? en definitiva, puede decirse, cualquier ideología que tenga pretensiones de verdad universal.

Todos los integrantes de la raza humana estamos irreversiblemente presos e inmovilizados por la subjetividad mencionada en forma de cristal y esta circunstancia nos hace falibles en cualquier observación. Cualquier criterio, toda conclusión o veredicto siempre está teñido por esa subjetividad con la que vivimos, con la que observamos, con la que pensamos. Todas nuestras ideas y todos nuestros juicios están filtrados, condicionados por nuestra particular perspectiva, por el color del cristal con el que miramos.

Desde que nacemos tenemos influencias de las corrientes externas  e internas que nos derivan a un lado u otro del rio o nos atrapa el remolino que nos deja en el medio de las profundidades dando bocanadas de aire para no morir asfixiados.

No es una cuestión de posicionamiento político ni social. El ser humano, inteligente, evoluciona y adapta sus pensamientos e ideas; sus formas de vida, a la evolución social que lo rodea, que le influye de forma centrípeta  y en la que influye de forma centrifuga, evidentemente dejando el mismo cimiento, ese va de serie, para no convertirse en una veleta.

Ahora que en el fragor de las redes sociales nos encontramos anti?y pro? todo, quizás nos deberíamos replantear el respeto absoluto a las creencias, desarrollos sociales, formas de vida, ocio o cualquier otra opción personal  en la que no debe de opinar ni influir nadie más que nosotros. Si todos nos ponemos a opinar de todos siempre encontraremos algo con lo que no estamos de acuerdo, algo que lo estamos mirando bajo otro prisma, con otra luz que modifica la realidad de nuestro congénere.

Podría poner mil ejemplos en los que anti?no se qué y los pro?no se qué verían, desprovistos del cristal ahumado y apagada la bombilla de la influencia social, una realidad diferente a la que defienden en el momento que les afectara directamente a ellos. Una realidad que se juzga sin saber si esa es la única escapatoria que tiene quien la realiza. Una realidad personal e intransferible y por lo tanto no opinable ni juzgable siempre que no invada la libertad de los demás.

 Este ejercicio, fácil de llevar a cabo, al ser humano no nos gusta plantearlo en primera persona, pues como decía el viejo refrán "vemos la paja en el ojo ajeno pero no vemos la viga en el nuestro".

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