En casi todas las escenas familiares de estos días navideños se ha infiltrado un invitado peligroso: el WhatsApp. Es difícil encontrarse con algún amigo o conocido cuyas escenas familiares no hayan sido sorprendidas por un mensaje, una fotografía o un vídeo curioso que le ha obligado inesperadamente a dejar la conversación y atender al móvil. Sin apenas darnos cuenta se ha convertido en un peligroso invitado que reclama de forma permanente nuestra atención, disminuye la intensidad en los diálogos y dispersa atención a los interlocutores. Y lo más grave del caso es que los médicos ya han detectado una enfermedad nueva: apnea de WhatsApp. Ya hay ciudadanos cuyos niveles de ansiedad se disparan cuando no pueden consultar de manera periódica y compulsiva los infoenvíos. Esto es solo el comienzo de una civilización nueva que se anuncia con el año nuevo: una civilización infoadicta.
Hasta ahora, la adicciones convencionales estaban relacionadas con el alcohol, las drogas y el juego. A parir de ahora, las adicciones estarán relacionadas con las nuevas tecnologías. Cada vez es más difícil que nuestros hijos puedan pasar un día completo sin conectarse a las redes sociales. Es imposible conseguir que durante el desayuno, la comida o la cena no utilicen el móvil, la desconexión es un sacrificio. Las redes van a tener tanto impacto que conseguirán modificar categorías básicas de los héroes antiguos como las de sacrificio, virtud y valor.
Entre las redes, el whatsapp compite con Twitter y durante los últimos meses ha conseguido el sexto puesto en el Global Web Index. El elevado coste de los mensajes cortos y el valor que concedemos a la conversación permanente son dos causas que explican, también, el triunfo en nuestro país. Si el fenómeno era preocupante en el ámbito educativo cada vez lo es más en el ámbito laboral y profesional. Según informes de Microsoft, un trabajador es interrumpido una media de 4 veces cada 60 minutos. Según estiman algunas empresas de trabajo temporal, cada trabajador pierde una media de 10 horas al mes respondiendo al whatsapp o las redes, lo que se traduce en una supuesta pérdida de 13 días laborables al año.
Parece ser que la atención al whatsapp tiene efectos distractores que aconsejan su prohibición en determinadas profesiones. Aunque con la llegada de las nuevas tecnologías hemos comprobado que podemos ser ciudadanos multitarea, no podemos olvidar nuestra naturaleza vulnerable, incluso ante las nuevas tecnologías. El uso del whatsapp incrementa el estrés, reduce la productividad y corre el peligro de convertirse en una adicción. No será fácil restringir o regular su uso porque también puede llegar a ser una espléndida herramienta de trabajo. En algún momento, esta civilización infoadicta tendrá que plantearse una sana desconexión para promover cierta info-responsabilidad.