OPINIóN
Actualizado 20/08/2015
Enrique de Santiago

            Un día se levantó con una sensación extraña, sentía que no era él. No dio el salto en la cama al que estaba acostumbrado, la espalda no tenía esa rigidez habitual y las piernas?, no sé, no era él.  Se puso ante el espejo y, pese a que se reconocía, había algo que no le permitía verse con claridad, ya no tenía su color de pelo, ya la papada era más pronunciada, sus ojeras habían pasado a ser un cúmulo de dobleces descaradas bajo los ojos que, por otra parte, comenzaban a verse cansados, tristes, más húmedos y propensos a la lagrima. El sentía en su corazón la misma fuerza, las mismas ganas, la misma ilusión que antes, pero no podía negar que un peso presionaba su alma, su corazón, su vida, que le impedía moverse, sentir con la misma intensidad.

Pobre ingenuo, siempre será un idealista que morirá sin que nada ni nadie piense o recuerde su actuación mas allá de la de un saltimbanqui, empeñado en demostrar que las cosas se pueden hacer de otro modo, que la gente es buena, que las ideas hay que exponerlas, que todos tenemos buenos pensamientos, que todo se puede hacer y que no se puede tener miedo a nada, que la  necesidad de cambio y regeneración social es una necesidad para poder dejar un mundo mejor que el recibido a nuestros hijos.

El tiempo pasa, pasa para todos, nos va dejando atrás, nos obliga a luchar con menos fuerzas, y algunos pretenden que nos haga más duros, menos sensibles, que moldeemos nuestra ilusión, pero? él sería coherente con su forma de ser hasta su último día, que próximo veía.

 La obsesión por la revolución, por la transformación traumática e impositiva, que corre por las venas de todo ser, es desdeñada por él, que sólo desea trabajar, disfrutar de su familia, vivir tranquilo, crear instrumentos nuevos y mejorar lo recibido para, cuando se acabe su tiempo, poder decir que dejó las cosas un poquito mejor que las recibió. Algunos se empeñan en aprovechar su cabreo, su cansancio y su angustia para, en esa ebullición, hacer que ese animal agresivo y revolucionario supere sus buenas voluntades y, con ello, los manipuladores de su ánimo, obtener un beneficio que de otro modo le sería vedado por indeseado.

Mirándose en el espejo, noqueado por la visión, la sensación y sus sentimientos, una lágrima recorrió su mejilla, y sus envejecidas manos se mantuvieron quietas esperando que se precipitase en el lavabo. No le gustó lo que vio, no por el tiempo pasado, no por una vejez inesperada, sino por lo poco conseguido, por el retroceso que sentía y el miedo a tener que volver a empezar, sin fuerzas para ello.

Volviendo la mirada y abandonando el espejo con una sacudida, engreído y soberbio, alzó el rostro, arqueó las cejas, dibujó su sonrisa habitual y con fuerza salió a la calle con la intención renovada de acabar con esa situación y conseguir un futuro sin mentiras, sólido, sin miedos y que sirva de orgullo al momento de entregar el testigo, orgulloso de haber luchado, de haber sido un iluso, o un ingenuo, que peleó hasta el final por su tierra, por su familia, por sus hijos.

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