OPINIóN
Actualizado 20/08/2015
Juan José Nieto Lobato

Lo siento. La siguiente información no incluirá fotos de cheerleaders ni los diez secretos para terminar con la grasa abdominal. Tampoco versará sobre la vida privada de ningún futbolista ni jugará a descifrar el contenido de las palabras que Gerard Piqué le dedicara al juez de línea durante la pasada Supercopa. No será superficial ni morbosa. No inventará nada, tampoco fichajes o declaraciones en el interior de un vestuario. Comprendo que, en este punto de la columna, puesto que muy pocos habrán continuado leyéndola, ya puedo decir lo que me da la gana. Y así será, pues hoy he venido a hablar de Informe Robinson.

Porque Informe Robinson nos ofrece la otra cara del deporte, la más sincera, me atrevería a decir. Aborda contenidos que las cadenas generalistas ignoran o desprecian y los trata con el mimo y la ética que las facultades de periodismo exigen casi al tiempo en que caen en el olvido. Y todo ello en la persecución obsesiva de un ideal estético propio, de fondo oscuro y personajes iluminados en plano medio corto con la cámara a la altura de los ojos, o ligeramente por debajo. Un sello inconfundible que adorna el relato sin ocultar lo esencial.

Informe Robinson nos enseña a seres humanos luchando contra sus limitaciones, nos habla de nosotros mismos y nos reta a abandonar lo cotidiano para apostar por lo irrepetible. La vida es tan corta en términos estadísticos y está tan expuesta a que una circunstancia repentina cambie radicalmente su guión, que merece la pena sufrir por conseguir nuestras metas. Aunque sea en vano. O aunque esas metas sean irrelevantes para los estándares de éxito que han venido a definir algunos por todos nosotros. Porque el triunfo es un poliedro que puede pasar por recuperar la movilidad tras un accidente, por escalar un ocho mil, por escapar de las mafias del sur de Italia gracias al judo o por mantenerse activo y feliz hasta el último día de este préstamo que es la vida.

Informe Robinson nos propone también un ejercicio de memoria al recuperar las gestas olvidadas de nuestros antepasados. Gestas con nombres y apellidos y también otras anónimas sobre las que apenas quedan registros. Gestas en las que el deporte surca como un velero por las aguas de la historia reclamando su parcela de protagonismo. Ser protagonista o, al menos, embarcación salvavidas, refugio contra las bombas o consuelo ante la pérdida. Todo ello sin idealizar y sin olvidar aquellos otros episodios negros en los que el deporte se convirtió, muy a su pesar, en instrumento de la política y la propaganda de regímenes como los de la República Democrática Alemana o la dictadura militar argentina.

Informe Robinson nos habla del deporte que a mí, personalmente, me gusta. El que conmueve, el que agita conciencias, el que no tiene más pretensiones que la de la propia superación ni busca mayores titulares que el de una página en un diario de mesilla. Gracias a todos los que lo hacen posible. Lo siento de veras (en realidad no).  

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