OPINIóN
Actualizado 18/08/2015
Joaquín Araújo

Y mientras unos viajan y otros se apiñan o esconden, uno solo, el halcón de Eleonora, está incubando sus huevos. Ha sabido esperar a la abundancia de pájaros viajeros en el mes siguiente para tener asegurada la pitanza de sus polluelos. Excepcionalmente, algunas otras aves se atreven a criar en agosto. Yo mismo he encontrado nidos con huevos y pollos de paloma torcaz, tórtola, rabilargo, avión roquero y escribano soteño en este mes.

Varias de nuestras mariposas más espectaculares, macaones, chupaleches y bajas, nos obsequian con su segunda generación anual. A las primeras las veremos al lado del hinojo, entre frutales a las segundas y a las terceras siempre entre madroños, aun­que en este periodo tienen tendencia a frecuentar excrementos y cadáveres. Paradoja que tanta belleza se nutra en parte de lo menos atractivo para nosotros. Vuelan las mariposas de la procesionaria del pino para en pocas horas acoplarse, poner huevos y morir. Otra mariposa nocturna, la gitana, sigue la misma pauta. Siguen y seguirán sembrando sus huevos en las aguas quietas las parejas de libélulas, a menudo en tándem, es decir, con el macho volando delante de la hembra, a la que mantiene agarrada con el ápice de su abdomen por la base de su cabeza. Los huevos eclosionarán a las pocas jomadas y darán origen a larvas que luego pueden pasar varios años en las aguas. Coincide la puesta de libélulas con la muerte generalizada de sus parientes, los caballitos del diablo. ¡Cuántas veces hemos visto sus cadáveres arrastrados por la corriente de los arroyos!

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