OPINIóN
Actualizado 18/08/2015
Luis Gutiérrez Barrio

Aquel gigante, durante siglos, había dominado la montaña desde lo más alto de su atalaya, había soportado impertérrito terribles tempestades, vientos huracanados, gélidas mañanas de invierno, torrenciales lluvias?. Aquel coloso sabía, que ante esos elementos, debía ser humilde y doblegarse, hasta cierto punto, para no sucumbir ante su fuerza.

La lluvia le había acariciado y nutrido durante toda su vida, desde que no era más que una frágil ramita con cuatro temblorosas hojas, que pretendía abrirse camino entre las ramas y las hojas secas del sotobosque.

Con los años, se hizo un esbelto y robusto árbol, capaz de soportar las más duras inclemencias climatológicas.

Siendo ya un árbol frondoso, procuraba una fresca y reconfortante sombra a los caminantes. Aquel hombre, siendo aún mozo, acudió a él durante muchos inviernos, al igual que lo hizo su padre y el padre de su padre, para cortarle aquellas ramas que ya no le servían, con las cuales atizaba la chimenea, en la que él y su familia se calentaba durante las largas y frías noches del invierno. En un puchero de barro, arrimado al rescoldo de sus ramas, se cocían durante horas y horas las legumbres que les serviría de alimento.

Aún no había salido el sol y en el horizonte se veía una nube que no encajaba con el paisaje, una nube negra, que nada bueno presagiaba. Se movía con inusitada velocidad, a la vez que cambiaba de forma. Enormes volutas se alzaban al cielo, nunca se había visto que la naturaleza se comportara de esa forma.

El árbol, el gigantesco árbol que podía ver por encima de los otros árboles, contemplaba cómo aquella negra nube, se acercaba a pasos agigantados hacia el bosque, en el que él y miles de árboles más, tenía ancladas sus raíces.

Debajo de aquella nube, se adivinaba algo rojizo que aparecía y desaparecía según soplara el viento. A su paso, no dejaba más que cenizas y muerte. El pánico empezó a adueñarse de aquel gigante, pánico que aumentaba a medida que la nube y el destructor calor que la acompañaba se acercaba más y más a él. No sabía cómo reaccionar ante este nuevo fenómeno. Sabía combatir las tempestades de viento y lluvia, había soportado los gélidos inviernos, la fortaleza del pedrisco sacudiendo con violencia sus ramas y sus hojas, pero esto era nuevo para él, no sabía si doblegarse, si ceder sus ramas, si dejar que sus hojas cayeran? todo lo que intentó fue inútil. Empezó a sentir calor en sus hojas, la cuales, al contacto con aquellas rojas lenguas se arrugaban y perdían sus líquidos nutrientes. Las llamas lamian su tronco, subían por él, algunas ramas empezaron a arder, nada podía hacer, solo resignarse.

Todo el pueblo se alarmó ante semejante espectáculo, todos acudieron a la llamada para colaborar en la extinción de aquel fuego devastador. Pasaron varios días hasta que se pudo sofocar, pero muchas hectáreas de bosque habían sucumbido ante la voracidad del fuego. Todo quedó calcinado, algunos árboles aún humeaban, entre ellos el gigante del bosque, que nada pudo hacer por mantener verdes algunas de sus hojas.

A los pocos días, la Guardia Civil llamó a la puerta de aquel hombre. Bien sabía él por qué le buscaban, bajó la cabeza y entró en el todo terreno, mientras sus vecinos le gritaban y le insultaban.

Camino de la capital, miró al calcinado bosque, y vio, en la cima, los restos carbonizados de aquel árbol, que tanto bien le había procurado a él y a toda su familia. Aquellos restos, ya sin vida, esperaban tempestades, lluvia, granizo, y gélidas mañanas, de las que ya no podría defenderse. Había sido condenado a desaparecer del paisaje para siempre.

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