Tengo para mí que los propietarios del muro donde llevo viendo esta pintada en el barrio de "La Prospe", en mis últimos paseos matinales, no se sentirán muy libres cuando regresen a casa cansados del trabajo, deseosos de reconocer en la limpieza del muro la promesa del hogar cercano en la que, tal vez de manera inconsciente, proyectar sobre la calidez de la piedra los rostros de los seres queridos. O puede que, si está parado (parada) proyecte sobre él las rejas virtuales de un hogar que se está convirtiendo en cárcel a medida que se suceden los meses sin un salario de autoestima que llevarse a la boca. La rotundidad de la frase coloniza la imaginación, viejo principio de la propaganda.
También podría ocurrir que, hartos de verla, ya no la vean, porque acaba uno acostumbrándose a todo, incluso a lo malo y la imaginación haya vuelto por donde solía, a triscar por los prados de la libertad?imaginada. Es raro que no hayan intentado borrarla, tal vez por estar en secreto de acuerdo con su contenido, o por una razón bien práctica: no vale la pena limpiarla porque, donde hay una es más difícil que pinten otra.
De todas maneras, felicidad y libertad están indisolublemente unidas, o al menos la una es condición para que la otra se dé. Y aquí es donde mis meditaciones matinales me reconducen a la propaganda ?ideológica, política o comercial-, que contamina el deseo, la libertad y la felicidad. Y así, unos estarán convencidos de que la libertad llegará con el cambio político. Otros se romperán la cabeza para acaparar dinero o poder, auténticas "reservas espirituales" que provocan que todo lo demás encaje. Nuestros vecinos geográficos y culturales estarán convencidos de que la verdadera libertad es la sumisión; tan seguros están y con tanta claridad y distinción lo ven, que no dudarán en imponerlo a todos a sangre y fuego y mensaje de red social.
Por encima de la propaganda está la persona concreta, con cara y ojos, cuya presencia se nos impone y nos llama al encuentro de corazones, mentes y proyectos. Y, aunque no surja la empatía entre ambas partes, cada una conserva una dignidad y una categoría absolutas que nos llaman a la escucha y al respeto, sin manipulación alguna.
Mucho soñar parece y tal vez tenga razón el anónimo autor de la pintada y la única utopía posible sea la de ser o hacerse hombre. Y ya estamos ante la gran pregunta de Kant después de mucho reflexionar sobre la Filosofía, la Ciencia, la Moral y la Religión: "¿Qué es el hombre?". No tengo respuesta cumplida, pero no cumplo con menos que intentar buscarla en las profundidades y abismos del Encuentro.