Dios es quien silba en mitad de las retamas cuando estoy solo. Oigo en la humildad del campo sus palabras contenidas en el susurro leve de los pájaros volando en círculos sobre el encinar. Le digo a Dios que muero en la injusticia, en la orfandad del niño, en las migajas del griego abandonado por la Troika. También le digo que en mi costado sopla todo el dolor del mundo. Él sigue hablándome: su silbo se abre paso en las retamas. En los bolsillos rojos de la tarde dejo un segundo mi alma arrinconada. Salgo de mí y abro la campana de un arco iris para sentarme al sol y no dejar que Dios sea oscuridad.