Sólo tenía 32 años. El 17 de agosto de 2003 ?y parece que fue ayer- fallecía en su pueblo, en Fitero (Navarra), el agustino recoleto Manuel Acarreta Rupérez. Desde los 18 años residía en Salamanca, donde cursó sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote, y cumplía la misión de educar a los jóvenes y adolescentes que estaban bajo su responsabilidad en el internado del hoy desaparecido colegio Santo Tomás de Villanueva.
Manolo iba todos los años a recoger la pera blanquilla a la ribera navarra del Ebro. Dedicaba parte de sus vacaciones, desde que era niño, a echar una mano a sus padres en las labores del campo. Allí resucitó. Él, que siempre llegaba a cada uno de sus compromisos apurando las agujas del reloj. Él, que había dejado de fumar y que seguía haciendo deporte un par de veces por semana. El joven director del internado, el amigo de pelo rebelde y corazón inmenso. Se fue cerrando la puerta despacio, durmiendo, dejándonos una gran interrogación, como queriendo adelantarse por una vez para indicarnos el verdadero camino de la vida.
Manolo no se guardó nada mientras estuvo entre nosotros. Su voz era oración en la liturgia y alegría en la fiesta. Sabía cantar y lo hacía con gusto para que los demás disfrutásemos de ese don. Tocaba la guitarra, el órgano, la bandurria..., no escatimaba una nota con tal de crear un clima de hermandad. En el deporte siempre destacó. Era un magnífico centrocampista con vocación ofensiva. Siempre fiel a su "pobre Osasuna", el equipo de su tierra, aunque tras catorce años en Salamanca también se alegraba con los triunfos de la inolvidable y blanquinegra "Unión". Manolo era buen músico, un gran deportista y un fenómeno en los estudios. Estaba especialmente dotado para las matemáticas y la física.
Los que tuvimos la suerte de compartir nuestra vida con él siempre le recordaremos por sus tics, por sus dejes, por sus manías. Esas frases que repetíamos con él riéndonos a carcajada limpia. Su disposición y servicialidad. Sus arranques. Su pasión en cada uno de los proyectos que acometía. Manolo era un hombre auténtico, directo, noble, artista, leal, de los buenos.
Manolo había vivido al límite. La experiencia del encuentro personal con Jesús, su conversión definitiva, hacían de él un hombre que dudaba porque tenía las cosas claras. Manolo, como san Agustín, había buscado inquieto la felicidad. Y la encontró tras mucho peregrinar.
Manolo ha resucitado. Los amigos no le olvidamos. Y le echamos mucho de menos: Sus juramentos, sus gritos, sus fuertes abrazos; escucharle cantar el principio de la misma jota y prometer otra vez que se la aprende entera para la próxima. Manolo está vivo y nos ha dejado un interrogante que no se borra, una pregunta que sólo en su vida encuentra respuesta. Tan corta. Tan llena. Un alarde de generosidad vivido a cada instante con la velocidad que tanto le apasionaba, con la paz interior que a todos contagiaba.
Gracias por estar siempre tan cerca. Acuérdate de nosotros. Y, sin prisas ?ya tú sabes-, prepáranos un sitio a tu lado.