En España ?permítasenos parafrasear al gran Larra?, hablar del patrimonio es llorar, tan desatendido y desprotegido se sigue encontrando, además de amenazado por la incuria y los particulares y no pocas veces mezquinos intereses humanos. Si el patrimonio culto está desatendido, el popular está hoy, a estas alturas, en trance de desaparición.
Desde hace ya muchos años, hemos llamado la atención sobre determinados aspectos del patrimonio popular y rural salmantino, en ocasiones, con felices resultados. Así, nuestros antiguos artículos sobre las hermosas eras de Monsagro y sobre la estructura urbana defensiva de Villanueva del Conde, han puesto en la pista para recuperar las primeras y declarar conjunto histórico artístico a la segunda, pese a ninguneos (perdónesenos el vulgarismo) que hemos sufrido en ambos casos.
A mitad de esta semana que termina, nos pusimos en camino y, desde La Alberca, nos fuimos a visitar esa área del noreste provincial, bautizada con todo acierto como Salamanca mudéjar. Nos aventuramos por las tierras mudéjares salmantinas, en un día de estío luminoso y un tanto acalorado por el bochorno. Fuimos recorriendo esa geografía de amarillos secos y ya segados del cereal, esencial y sobrecogedora, en busca de antiguos telares, particularmente en dos de sus pueblos.
En Macotera, en un clima ya previo a las fiestas patronales, nos esperaba nuestro generoso amigo Eutimio Cuesta, profesor, investigador y columnista de este mismo medio. Y, de su mano, recorrimos el pueblo. Nos llevó a casa de los hijos de un antiguo tejedor, Pablo Madrid Sánchez, quienes nos enseñaron antiguas colchas y alfombrillas tejidas por su padre, así como determinados utensilios de la tejeduría, ya que el antiguo telar manual se encuentra desmontado. Las "colchas de colores" de Macotera tienen antigua fama y aparecen en los inventarios ya en el siglo XIX. Pudimos fotografiar y documentar alguna, así como distintas alfombrillas de cama.
Eutimio Cuesta, con una cordialidad y generosidad que no sabemos cómo agradecerle, nos guió por el urbanismo del pueblo, viendo viejas casas de robusto ladrillo de impronta mudéjar; el interior del hermoso templo parroquial, así como el bien planteado museo etnográfico macoterano, donde había además una exposición de viejas fotos sobre encierros taurinos, en las que se captaba perfectamente el vigor del paisanaje macoterano. Nos abrió el museo nuestro amigo Antonio Gómez Bueno, anterior diputado de turismo y patrimonio, que nos atendió cordialísimamente.
Tras pasar el breve tiempo de la comida y la siesta en Peñaranda de Bracamonte. Enfilamos la dilatada tarde parando primero en Aldeaseca de la Frontera, para contemplar su iglesia mudéjar y el significativo dextro en torno a ella, pautado por cruces de piedra. Después seguimos hacia Palaciosrubios, con la esbelta y bellísima torre de ladrillo de su iglesia, rematada en su cuerpo alto de forma tan airosa y grácil.
Y recalamos en Cantalapiedra, segundo punto de nuestra tarea de rastrear antiguas labores textiles. En la plaza, los jubilados del pueblo, distribuidos en distintas mesas, tenían una comida de tercera edad. Preguntando, dimos con los hijos de Juan Acosta Escudero ("Cermelena"), antiguo tejedor, además de haber desempeñado otros mil oficios. Sus hijos, Eugenio y Julio, cada uno en su casa, nos enseñaron unas alfombrillas realizadas por su padre, ya que no conservaban ninguna colcha, que también hizo famosa en el pasado a Cantalapiedra.
Y, ya de vuelta, nos detuvimos en Villoria a contemplar la mudéjar iglesia de San Pedro, para terminar, ya al atardecer, en La Alberca. Qué importante es hacer provincia y documentar y poner en valor el patrimonio rural salmantino, en este caso esa maravillosas alfombras de colores, que, en torno a la urdimbre de hilos lino o algodón, llevaban unos tejidos polícromos de lana, que dieron su personalidad a los trabajos textiles de ambos pueblos.