OPINIóN
Actualizado 16/08/2015
José Román Flecha

Ante la fiesta de la Asunción de María San Juan de Ávila invitaba a los fieles a alegrarse por el triunfo de María.  Para él ésta era la fiesta de la libertad, de la gloria cumplida y de las esperanzas realizadas.

Pero sabía Juan de Ávila que poco presta la contemplación sin la acción y el regusto sin el esfuerzo. La celebración de la Asunción de María a los cielos le sugería, pues, una sencilla exhortación adornada de una pizca de dramática poesía: "Estemos, pues, muy atentos, y no perdamos de vista a esta Señora, tan acertada en sus caminos y tan verdadera estrella y guía de los que en este peligroso mar navegamos". 

El relato evangélico que hoy se proclama  recoge el canto gozoso y agradecido de María (Lc 1, 39-56). Sus estrofas no miran tanto a la obra del hombre cuanto a la obra de Dios.  El canto del "Magnificat", en efecto, revela, proclama, canta y agradece el estilo de Dios.

- "Ha mirado la humillación de su esclava".  Más que una confesión personal es un resumen de la historia entera de la salvación.  Frente a la altanería de los poderosos, con frecuencia injusta y despiadada, se alza la misericordia del Dios que apuesta por los débiles y oprimidos.

- "Me felicitarán todas las generaciones".  En otros tiempos le había sido prometido a Abraham que por él se bendecirían todos los linajes de la tierra (Gén 12,3). La antigua profecía se ha cumplido en María. Gracias a Jesús, fruto bendito de su vientre, la bendición de Dios se convierte en bienaventuranza para todos los que lo siguen.

- "Ha hecho obras grandes por mí".  Lo mismo pudieron decir Sara, madre de Isaac, y Ana, la madre de Samuel. Para María, las grandes obras de Dios incluyen el ser la madre de Jesús. Pero comprenden las riquezas del Reino que por Jesús se revelan y se otorgan a los pequeños y a los humildes.

La visión del Apocalipsis coloca a la Iglesia en el centro de la bóveda celeste (Ap 12,1). La liturgia ve esa profecía a la luz que ilumina la vida de María:

? "Una mujer vestida del sol".  La luz de Dios revelada en Cristo inunda a María y a la Iglesia. Purificadas e iluminadas por Él, se convierten en faro para la peregrinación de las gentes. Su esencia determina su misión imprescindible.

? "Una mujer con la luna por pedestal". La luz de María y de la Iglesia no brota de sus méritos. Como el pálido claror de la luna, su luz es reflejo de una luz que las trasciende y las lleva a vivir en humilde transparencia.

? "Una mujer coronada con doce estrellas". El signo del zodíaco se asocia a las tribus de Israel y al número apostólico para desvelar el papel de María y de la Iglesia. La naturaleza y la historia coronan la obediencia de la fe, el deseo de la esperanza y el ejercicio del amor.

Esta fiesta de María levanta nuestros ojos a lo alto. Y ofrece también a toda la humanidad un rebrillo de esperanza en medio de tantas crisis, de tanta barbarie y de tanta sangre derramada sobre la tierra.

José-Román Flecha Andrés

 

CARNE Y SANGRE

Domingo 20º del Tiempo Ordinario. B.

16 de agosto de 2015

 

"Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia". Esta invitación y esas exhortaciones se ponen en la boca de la Sabiduría, que ha preparado un banquete y ha puesto la mesa para todos (Sap 9, 1-6). 

En su exhortación apostólica  "El sacramento del amor", el papa Benedicto XVI   ha presentado la Eucaristía  como el sacramento de la verdad, en cuanto que "Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad" (SC 2). 

 Hemos de reconocer que, en un mundo movido por la mentira, como ha escrito J. F. Revel,   el ser humano se siente desorientado. Ahora bien, el Papa dice que  "Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre" (SC 2). 

 

TENER VIDA

 

En el evangelio que hoy se proclama, continúa el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6, 51-58). Con un realismo que escandaliza a sus oyentes, Jesús advierte a los judíos: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros".

La imagen es fuerte y subraya la necesaria asunción del mensaje, la vida y el espíritu de Cristo. Como han escrito los hermanos de la Comunidad de Bose, "en la Eucaristía, el cuerpo de Cristo viene al creyente no a través de un contacto exterior o efímero, sino en el modo más íntimo y duradero posible: la asimilación de un alimento".

El comer refleja al hombre en su ser necesitado, en su relación con la tierra y en su relación con los demás. La comida expresa nuestra condición corpórea y caduca. Somos seres indigentes. Necesitamos comer y beber para no morir. Pero la entrega de Cristo como alimento y bebida da consistencia a nuestra vida y preanuncia la plenitud de esa vida.

Con razón escribe el mismo papa Benedicto XVI: "Todo hombre, para poder caminar en la dirección correcta, necesita ser orientado hacia la meta final. Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor del pecado y de la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la celebración eucarística" (SC 30).

 

HABITAR

 

Todavía antes de terminar el texto evangélico se nos ofrece otra frase inolvidable del mismo discurso de Jesús: "El que come mi carne y bebe mi sangre  habita en mí y yo en él".

? Habitar en Cristo significa poner nuestra morada en el hogar y en la misión que le caracterizan. Eso exige participar de sus sentimientos y de sus proyectos, de su obediencia al Padre y de su amor a los hombres.

? Reconocer que Cristo habita en nosotros significa acoger su presencia en nuestra vida. Y  exige despojarnos de nuestros prejuicios y egoísmos y permitir que él tome el timón para orientar nuestra navegación por el mar de la vida.

? La participación en la liturgia eucarística es un signo de esta mutua inhabitación. Como afirma también Benedicto XVI, "participar en la acción litúrgica, comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere decir, al mismo tiempo, hacer cada vez más íntima y profunda la propia pertenencia a Él, que murió por nosotros" (SC 76).

- Señor Jesús, que la comunión sacramental en tu cuerpo y sangre nos lleve a encontrarnos en el amor y en el servicio con todos nuestros hermanos que forman la familia de tu cuerpo eclesial y humano. Amén.

José-Román Flecha Andrés

 

 

 

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