OPINIóN
Actualizado 15/08/2015
Tomás González Blázquez

"Ah, ¿pero no aparece mi historial en el ordenador?". "No, como tenemos diecisiete programas diferentes?". "Ah, ¿pero no vale con la tarjeta sanitaria?". "Sí, pero conviene que haga un desplazamiento temporal". "Ah, ¿pero no ve ahí en la pantalla mi tratamiento?". "No, debería haber traído un informe de su médico de cabecera". "Ah, ¿pero no tienen para hacer radiografías?". "Tenemos tres días por semana en horario de mañana, pero no en las guardias". "¡Pues deberían tener para hacer radiografías!". "Se pasan semanas y no pedimos ninguna?". "Pues es que en Cruces?". "Pues es que en Bellvitge?". "Pues es que en el Doce de Octubre?".

Conversación frecuente en el verano de la España interior, a veces profunda y siempre auténtica, esa que empieza cuando los esforzados habitantes de Bilbao, Barcelona o Madrid, o más bien de sus populosos alrededores, cruzan las montañas para visitar el pueblo de los abuelos. Los médicos rurales, cada mes de agosto, escuchamos a diario estas preguntas, que suelen derivar en una fervorosa exaltación de los grandes hospitales de las grandes ciudades, donde los grandes médicos atienden a los grandes pacientes. Los pequeños consultorios de los pequeños pueblos, donde los pequeños médicos atendemos a los pequeños pacientes, son escenario de la indignación, la sorpresa, la incredulidad? En la mayor parte de los casos, la relación es amable, pese al arranque no exento de soberbia, y se van convencidos, más o menos, con la asistencia dispensada a su picadura de insecto, sus décimas de fiebre o su diarrea de intestino ciudadano emboscado en el medio rural. Unos y otros solemos coincidir en el lamento por los diecisiete sistemas sanitarios, con sus diecisiete tarjetas, sus diecisiete programas informáticos y sus diecisiete calendarios de vacunas. Médicos y pacientes parecemos estar de acuerdo en hacer saltar por los aires esa cosa llamada Consejo Interterritorial de Sanidad, avisando previamente a ministro y consejeros autonómicos para una rápida evacuación, claro está. Eso sí, a la hora de votar no se nota, seguimos apostando por una sanidad cada vez más desigual. Cosas del federalismo asimétrico, cóncavo o convexo.

Junto al choque de trenes campo-ciudad, la máquina de alta velocidad de la Atención Hospitalaria es comparada con la locomotora que tira de los vagones de la Atención Primaria. Las vías rápidas, dicen ellos, de los grandes hospitales, con las traviesas decimonónicas de la sanidad rural. Aunque allá aguarden consulta durante meses o pongan a prueba la paciencia en la sala de espera de un colapsado servicio de urgencias, y acá sean atendidos según entran en el centro de salud. Porque una batería de pruebas complementarias siempre deslumbra más que una mera auscultación con el fonendo. Porque acostumbrados a los catedráticos y grandes figuras de los grandes hospitales de las grandes ciudades, el centralismo de periferia, que indudablemente son necesarios, poco podemos aportarles los médicos rurales de las comarcas del interior, verdaderamente periféricas.

"Es que en el hospital de Cruces?", no se quitan de la boca. Me pregunto entonces por qué tanta insistencia en contarnos sus acúfenos, pruritos y parestesias de meses de evolución. Lo bueno es que llega septiembre al rescate.

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