OPINIóN
Actualizado 13/08/2015
Agustín Domingo Moratalla
Renfe ha puesto en marcha los "vagones del silencio", en ellos los viajeros saben que tienen prohibido hablar por el teléfono móvil, que la megafonía apenas se oirá y que la iluminación será menos intensa para facilitar el descanso. Aconsejan que los pasajeros hablen en tono bajo y no mantengan conversaciones duraderas. Son espacios donde no nos ofrecerán el servicio de bar móvil o restauración ambulante.
 
Además de esta interesante iniciativa, la Fundación Telefónica ha decicido sumarse al Movimiento Mute. Curiosamente, el lema de la campaña sintetiza bien su finalidad: Mute, el sonido para despertar las ideas. Para los diseñadores de la campaña, cuando más ruido nos rodee, menor será la creatividad y, por consiguiente, menor será nuestra capacidad para tener ideas, para crear y para disfrutar de la vida. Se les ha ocurrido impulsar esta iniciativa con un ciclo de conferencias donde varios artistas y creadores muestran la importancia del silencio en sus procesos de creación artística: Mariscal, Ara Malikian y Juan José Millas han sido los primeros. Pero ahí no termina la cosa, han propuesto a las universidades lo que llaman el Cubo Mute, un espacio acristalado e insonorizado para que los estudiantes comprueben el poder que tiene el silencio para favorecer la creatividad en una civilización del ruido.
 
Como se pueden imaginar, los estudiantes que deciden introducirse en esta especie de peceras no sólo parecen bichos raros o especies en extinción admiradas por sus compañeros. Con los grandes auriculares que se colocan y la cara de felicidad que muestran, parecen extraterrestres procedentes de otra galaxia. Lo extraño en nuestra cultura y civilización no está ya en los ruidos sino en los silencios. El silencio se ha convertido en un bien escaso y difícil de encontrar en la agenda cotidiana. Incluso se ha convertido en un lujo al que muy pocos tienen acceso. Además de sosegar la mente, una buena gestión de los pocos silencios que tenemos evita pensamientos tóxicos, relaja y reduce el consumo energético del cerebro.
 

Con la llegada del verano, los concejales de fiestas deberían apuntarse al Movimiento Mute y plantearse la función terapéutica del silencio para vecinos y veraneantes. El futuro de las políticas sociales, educativas y culturales no pasa por la aceptación y resignación ante ruidos contaminantes sino por la gestión, promoción e incentivación del silencio como recurso para incrementar nuestra calidad de vida.

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