OPINIóN
Actualizado 11/08/2015
Luis Gutiérrez Barrio

El pasado, por mucho que nos esforcemos, nunca termina de pasar. Como mucho se quedará aparcado en alguna parte de nuestro cerebro y espera, y espera?, como el arpa de Bécquer, en el ángulo oscuro, la mano de nieve que sabe arrancarla de ese letargo.

Tenemos tantos recuerdos almacenados (donde quiera que se almacenen), que ni siquiera sabemos que están ahí, es más, ni siquiera somos conscientes de que los hayamos vivido, sin embargo, por muy ocultos que estén, son historias con las que hemos gozado y sufrido, son momentos que nos han hecho, tal y como somos ahora.

Un buen día paseando, distraído, por una calle de nuestra ciudad, de repente, nos llega el sonido de una canción, un olor peculiar?, y sin que sepamos por qué mecanismos, nos trae al presente alguno de aquellos momentos perdidos. Tirando del hilo de ese recuerdo nos va abriendo nuevas ventanas y puertas de nuestra vida que teníamos cerradas a cal y canto. Los recuerdos van despertando en cadena, los unos nos llevan a los otros, y se muestra ante nosotros un paisaje olvidado. Allí están, como por arte de magia, momentos de nuestra infancia, de nuestra juventud. Empezamos a recordar a personas, que a pesar de que fueron tan importantes en algunos momentos de nuestra vida, habían quedado sumidas en el oscuro pozo del olvido. De repente nos asalta el deseo de saber de ellas: dónde estarán, que tal les habrá tratado la vida, vivirán aún, se habrán casado, tendrán hijos?.

¿Cómo es posible olvidarnos, hacer desaparecer de nuestra vida, a una persona con la que hemos vivido momentos que pensábamos inolvidables, una persona a la que le dijimos y nos dijo, desde lo más profundo y sincero de nuestros corazones, que sin ella no podríamos vivir?

¿Cómo es posible que hayamos olvidado momentos fantásticos, vividos con esos amigos, de los que decíamos que serían para toda la vida?

Es probable que de repente nos invada un fuerte impulso por saber algo de esas personas, de  contactar con ellas. Ahora con las  nuevas tecnologías, todo es posible.

Llegamos a casa, encendemos el ordenador, entramos en una de esas aplicaciones que buscan a personas, donde quiera que vivan. Tecleamos el nombre, no estamos seguros de los apellidos, pero podemos buscar en una ciudad determinada, a ver si hay suerte. Antes de ejecutar la orden, nos empiezan a entrar dudas: Si quisiera ponerse en contacto conmigo podría haber hecho esto mismo. Si no lo ha hecho será que no tiene mucho interés en recordar viejos tiempos ni saber nada de mí. Tal vez, en su nueva vida, con sus nuevas amistades, no necesite a los amigos de antes, ni recordar viejas historias. Claro que, a lo mejor le pasa lo mismo que me está pasando a mí y si ninguno damos el paso? Por otra parte, qué le digo, ¿qué cómo está, dónde vive y a qué se  dedica y cuantos hijos tiene? Muy bien, y luego?

¿Y si hubo algo por lo que esa persona no tiene el más mínimo interés en  contactar conmigo? o a lo peor este encuentro le haga sentirse mal? Al final nos salimos de la aplicación, sin hacer la consulta. Pero siempre nos quedará un hormigueo dentro de nosotros que nos hará dudar de lo que podría haber sido, si nos hubiéremos atrevido a clicar en aquella pestaña. Tal vez lo intentemos en otra ocasión, pero el resultado siempre será el mismo.

Al final, terminamos convenciéndonos de que lo mejor es dejar las cosas como están. El pasado, pasado es, aunque nunca del todo. Es mejor seguir pensando en nuestros amigos tal y como los conocimos. Conservar esa idílica visión del tiempo pasado, que magnificada por nuestra imaginación, superará a cualquier realidad que podamos encontrar.

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