OPINIóN
Actualizado 11/08/2015
José Javier Muñoz

Cuando hace un cuarto de siglo comencé a impartir clases a los futuros profesionales de la comunicación les insistí en la obligación de evitar el defecto profesional más grave: confundir información con opinión, o sea, no hay que aceptar como noticia ni la publicidad ni la propaganda. Salvo excepciones, el caso está perdido. El pan nuestro de cada día es presentar como noticia lo que no es sino información sesgada, punto de vista, autobombo o consigna partidista.

Igual de grave que confundir información (los datos ciertos) con opinión (la legítima visión subjetiva de un hecho) es confundir opinión con propaganda (manipulación o tergiversación de sucesos o declaraciones).

Abundan los profesionales ineptos, vagos o sectarios, cuando no las tres cosas a la vez, que dan por buena cualquier información que les llegue sin contrastar los datos y sin sopesar la fiabilidad ni el crédito de la fuente. Los gabinetes de información, comunicación, prensa, relaciones con los medios, relaciones públicas, imagen, relaciones institucionales, relaciones externas y comunicación corporativa (por citar denominaciones en vigor de vendedores de lustre y destructores de reputaciones) viven de colocar lo más hábilmente posible información interesada a beneficio de quien les paga. Pero es que ya no hace falta que intervengan tales profesionales de la intermediación para acceder con mercancía averiada a la opinión pública. Cualquier grupúsculo político y el más irrelevante activista del espectáculo, la juerga o la agitación disponen de barra libre para colocar sus mensajes en casi todos los medios, ya sean públicos o privados. Incluso cuando lo que "cuentan" se contradice con evidencias proporcionadas por ellos mismos (fotografías de asambleas y manifestaciones, por ejemplo), sus "comunicados" suelen aparecer tal cual, sin filtros de comprobación, correcciones ni puntualizaciones.

Los medios de comunicación están plagados de bolas. De todos los tamaños: desde la bolita de los trileros a bolas del calibre de proyectiles de cañón. No importa que sean medias verdades o mentiras como catedrales, tanto da que rocen la calumnia o caigan en la incongruencia, obtienen hueco en la radio y la televisión, los periódicos de papel y, en particular, los digitales, donde comparten espacio en un batiburrillo de supuestas noticias de índole variopinta.

Calentamiento mental para cerebros flojos, basura que ensucia la atmósfera social, a juego con la contaminación física aberrante que sufren numerosos lugares del planeta.

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