No mueren mis palabras si las dejo sobre este aire puro y transparente que cruza en este instante el encinar. Quizá sólo la acojan los jilgueros, los torpes rabilargos, las románticas y esbeltas abubillas que, ahora mismo, ante mis ojos, picotean la luz que anuda las retamas. Dejo ir mi voz a que trastumbe entre los cerros. La siguen sólo pájaros y las sombras doradas del paisaje. Al alejarse, percibo en mis entrañas el dulce vuelo de mi melancolía en soledad.
Alejandro López Andrada