Fuego que amaga y moviliza. Furor irrestricto que domina los montes y veredas empujado por el salvaje impenitente. Fauna acorralada, juguete del duende que se encamina hacia la nada. Ríos de rabia y lava hirviente.
Fuego que amenaza y quita vida. Fiesta fúnebre y carnaval de morralla. Viento caliente de magma y agua candente. Sombras brillantes de fantasmas sin sentido. Dolor ajeno e ira propia que reluce en un atardecer interminable de yescas y serpientes.
Fuego que destruye y ensombrece. Resquebraja la sierra y la ensarta en espada de muerte deslumbrante. Brasas del campo que asan ilusiones desvanecidas. Recuerdos de niñez de sombra fresca y baños de veranos adolescentes que se guardan bajo siete llaves como tesoros inexistentes.
Fuego que atemoriza y ennegrece. Duda sangrante como el hacha. ¿Dónde está el límite de la pesadilla? ¿Tendrá final la inhóspita muerte? Valentía que sale de la entraña para salvar aquello que nos pertenece. Vida que huye por el barranco más allá de los troncos secos que a duras penas resisten.
Fuego que obnubila los sentidos. Sensación de impotencia y de hastío. Chispas de congoja que aprieta el pecho. Insomnio que lleva hacia otros valles. Casas desiertas rodeadas de angustia y de helado frío.
Fuego que embruja. Brasas dolientes de desvarío. Mente funesta que escapa de un crimen en consumación constante. Danza ominosa y pliegue interminable. Círculo de muerte ritual y macabra. Rumor feroz que en reiterada y sinuosa melodía acuna con violencia persistente.
Fuego que hipnotiza ojos más grandes que el entero continente. Brújula loca que ha perdido los sentidos y sólo obedece a la ley del más fuerte. Noches cortas de luz hiriente.
Fuego que seduce y que corroe. Tierra que como larva se encoge y adormece. Laderas grises y antiguas de esplendor granate. Asomos de campos donde el humo todo lo enturbia y difumina. Ruinas de bosques con capiteles de luto riguroso.
Cenizas que esperan el lejano renacer cuando amanece.