OPINIóN
Actualizado 08/08/2015
Eusebio Gómez

Una mujer se acercó a la fuente, un pequeño espejo trémulo, limpiadísimo, entre los árboles del bosque. Mientras sumergía el ánfora para tomar, descubrió en el agua un grueso fruto rosado, tan hermoso que parecía decir: "¡Tómame!".

Alargó el brazo para cogerlo, pero aquel desapareció, y apareció sólo cuando la mujer retiró la mano del agua. Así por dos o tres veces.

Entonces la mujer se puso a sacar agua para agotar la fuente. Trabajó mucho, sin quitar la vista al fruto misterioso; pero cuando sacó toda el agua, se dio cuenta que el fruto ya no estaba.

Desilusionada por aquel encantamiento, estaba por marcharse, cuando oyó una voz entre los árboles (era el Pajarito Belvedere, aquel que ve siempre todo): "¿Por qué buscas abajo? Es fruto está allá arriba?"

La mujer levantó los ojos y, colgado a una rama sobre la fuente, descubrió el bellísimo fruto, del cual había visto en el agua sólo el reflejo (Cuento de la isla de Zanzibar).

¿No nos sucede un poco así a todos nosotros, cuando buscamos en la tierra, o incluso en el pozo aquel bien que está en lo alto?

Muchos de los seres humanos buscan solo tierra, bienes caducos. Ven el fruto del cielo reflejado en otras aguas, quieren alargar la mano, pero no pueden conseguir nada. Buscan en lugares donde no pueden encontrar el anhelo profundo de su alma. Les resulta muy difícil buscar los bienes de arriba, encontrarse con Jesucristo, su reino y promesas, si no hay personas que les orienten hacia dónde deben mirar y les ayuden a descubrir la Buena Nueva. Necesitamos muchos evangelizadores que vivan lo que proclaman y cumplan el mandato de Jesús, siguiendo los mismos pasos trazados por el Maestro.

El Papa Juan Pablo II decía a los Obispos del Celam reunidos en Santo Domingo el 12 de octubre  de 1984: "El próximo centenario del descubrimiento y la primera evangelización de América nos convoca, pues, a una Nueva Evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor-como la de los orígenes- un potencial de santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación profunda de la colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre para generar desde el seno de América Latina un gran futuro de esperanza".

La Nueva Evangelización necesita nuevos santos, nuevo ardor, nuevos métodos, pero que han de beber en la única fuente: la del Maestro, vivir en actitud de conversión y seguir el ejemplo de la Iglesia primitiva.

Jesús, cuando habla del Reino, invita a los oyentes a encontrarse con Dios para así poder convertirse en instrumentos y  testigos del amor de Dios para otros.

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