OPINIóN
Actualizado 08/08/2015
Manuel Lamas

A veces pregunto: ¿Existe algo más insustancial que las historias de la gente? De esos comentarios que van y vienen, sin ningún fundamento; que corren de boca en boca y, como bola de nieve, aumentan su volumen, gracias a la frivolidad de quienes utilizan las vidas ajenas para matar el tiempo.

Nada saben, y todo lo refieren. Allí, donde el sentido común y la mesura, recomiendan callar, aumentan el tono de voz para que la crítica alcance el eco suficiente. Incluso algunos, añaden a la historia algo de su cosecha, para hacerla más creíble.

El otro día, tomando café en un establecimiento céntrico de nuestra ciudad, no pude evitar los comentarios de tres personas que, enfrascadas en la conversación, referían, con todo lujo de detalles, la vida de alguien cercano, pero ausente en aquel momento. Cada una de ellas aportaba algún dato que las otras desconocían.

El fuerte deseo por tomar la palabra, hacía insostenible la pequeña tertulia que habían montado. Cuando bebí el último sorbo de café, abandone aquel lugar, no sin advertir lo dañinas que son las historias de la gente. Pues, los datos que en ellas se refieren, no pueden ser contrastados. Aún así, se condena a las personas por conductas que ni siquiera han adoptado.

La imaginación es fértil en episodios novedosos y la boca muy activa en proclamar lo que no debe. La falta de moderación con que utilizamos las palabras nos sumerge, con harta frecuencia, en el fango de las especulaciones, donde nada se puede probar.

Las historias de la gente son una mezcla de curiosidad, mucho de difamación  y el resto de condena. Porque, aunque no sea cierto lo que se comenta, la sociedad no necesita pruebas para emitir su veredicto. Y, desgraciadamente, en todos los casos se condena a la víctima.

Es mejor callar cuando se desconocen los hechos. Pero entonces, tendríamos que hablar sobre nosotros mismos. Pero, ¿cómo vamos a desvelar nuestra intimidad? Ahí está el problema. Es mejor hablar de otros, que son los que tienen los defectos. Gran error, juzgar a los demás sin advertir las propias deficiencias.

Mucho cuidado con las historias de la gente. Es posible que algún capítulo de tu vida lo conozca tu vecino sin que tú lo hayas vivido. Y, sobre todo, si algo no quieres que difunda, ni siquiera lo pienses.

 

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