OPINIóN
Actualizado 07/08/2015
Luis Miguel Santos Unamuno

Tomarse vacaciones de uno mismo. Si fuera posible. Como intentaba el desmemoriado protagonista de Desafío total, implantándose unos falsos recuerdos de habérselo pasado muy bien siendo agente secreto en Marte. Desprenderse de la voluntad de comprender el mundo, de participar en él, si fuera posible. De la misma manera que en las novelas de Edgar Rice Burroughs Tarzán se desprendía de la fina capa de civilización que apenas había adquirido en su paso por las ciudades europeas. Ficciones de adolescente, estaría bien poder dejar de lado tanta lectura de boletines oficiales y volver a ellas, si fuera posible. Abandonarnos. A nuestra suerte. Si tuviéramos valor. Sólo un poquito, en verano, con los calores.

   Parafraseo (robo descaradamente) en el título un poema que Gil de Biedma, Jaime, sitúa en el mes de junio y al que vuelvo, mi memoria vuelve, aunque yo no la dirija, cada inicio de verano, y eso que ya no tengo ningún examen al que presentarme. Le dedicó este poema a Luis Cernuda. Seguro que Kavafis andaba cerca.

 

Noches del mes de junio.

 

Alguna vez recuerdo

ciertas noches de junio de aquel año,

casi borrosas, de mi adolescencia

(era en mil novecientos me parece

cuarenta y nueve)

porque en ese mes

sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña

lo mismo que el calor que empezaba,

nada más

que la especial sonoridad del aire

y una disposición vagamente afectiva.

 

Eran las noches incurables

  y la calentura.

Las altas horas de estudiante solo

y el libro intempestivo

junto al balcón abierto de par en par (la calle

recién regada desaparecía

abajo, entre el follaje iluminado)

sin un alma que llevar a la boca.

 

Cuántas veces me acuerdo

de vosotras, lejanas

noches del mes de junio, cuántas veces

me saltaron las lágrimas, las lágrimas

por ser más que un hombre, cuánto quise

morir

   o soñé con venderme al diablo,

que nunca me escuchó.

   Pero también

la vida nos sujeta porque precisamente

no es como la esperábamos.

 

   Creo haber leído en su biografía que Gil de Biedma estudió en Salamanca. Si fue así debió estar alojado cerca de mi casa pues creo que mirábamos, en años distintos claro, casi por la misma ventana. Siento la tentación de robarle todos sus versos. Pandémica y celeste, todos. Era catalán y escribía en un castellano armonioso fruto de una biografía compleja. No sé si ahora se lo permitirían sin repudiarlo. Dicen, me cuesta creerlo pero será verdad, que nuestra ínclita política Esperanza Aguirre comparte apellido con él y ambos son parientes de alguna manera lejana. ¿Lo ven?, no hay manera de librarse de las listas únicas ni de las tramas púnicas, no es posible. Ni en verano. Con los calores.

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