Bonito está, espacios amplios, zona infantil, la fuente "del resfriao", vuelven los patos, una hogar digno, acogedor para ellos, se recupera la zona central del estanque, bien muy bien, pero?
¿Dónde está mi parque?
He perdido los bancos de piedra con sus finas curvas, horas interminables de trasero en descanso en inmejorable compañía.
De chico, el espacio que ahora ocupa el colegio Rufino Blanco era un solar, dónde incluso recuerdo el paso fugaz de las "Ferias de Salamanca", coches chocones y noria incluida.
El pabellón de la Alamedilla ya estaba allí, pero abría las 24 horas para el torneo rojo y negro, se jugaba a hockey sobre patines en la pista, antaño de cemento, también moraron las veladas de boxeo.
La zona que ocupa la piscina era una excelsa arboleda que llegaba hasta la vía del tren, carriles habilitados para la enseñanza de educación vial, al mando D. Froilán, Jesús, Ángel, los cars (coches), al principio de pedales y más tarde a motor. La caseta del guarda con su pluma de ave en el sombrero a juego con la casaca verde pálida, los pavos reales deambulando entre pipiolos.
Una humilde piscina hacía de linde con la pared norte del polideportivo, de los columpios se salvan la ballena, el tren de piedra y el caballo sin cabeza.
Algunos pasan por la Alamedilla, a mi me crió.
Gacelas, tortugas, conejillos de indias, la oca Joaquina y macacos, sí, perduran en la memoria de estos 44 años, qué decir del señor que paseaba de la correa a un zorro.
¿Dónde está mi parque? Desde la atalaya de un quinto piso miro con cariño y añoranza este parque con su nuevo traje.
El escondite, el pati, el templete y su música, las pillerías de inocente golfillo están grabadas en las cortezas de los árboles, el paseo del brazo de la abuela Leo, el "botellón familiar de las palabras amables" aguarda agosto.
Bienvenido parque de la Alamedilla, como todos los días mañana iré a visitarte y tú estarás allí.
A las cuatro patas de la silla.