OPINIóN
Actualizado 03/08/2015
Antonio Matilla

Creo que es un error prescindir de los símbolos del pasado. Hubo una cierta época en nuestro país y en la historia de la Iglesia en España que no conviene olvidar para poder entender mejor lo que ahora nos pasa. Me refiero al siglo XVII en que, al parecer, una  parte importante de la población estaba relacionada con el clero, las parroquias, los conventos, las diócesis y las órdenes religiosas y vivía como un cura o, la mayoría, malvivía como un sacristán pobre. Para más inri había clero alto y clero bajo, frailes y monjas ricos y otros más pobres que las ratas.

Un pequeño símbolo de aquel pasado que no conviene olvidar podemos verlo en la sacristía de la iglesia de San Sebastián, que la Tabacalera no destrozó sino que reutilizó durante el siglo XIX en que la iglesita fue almacén de tabaco. El tabaco no debe mojarse por las goteras y eso permitió que esta joyita llegara hasta nosotros y luzca en todo su esplendor después de la magnífica restauración llevada a cabo por Emilio Sánchez Gil, vecino y sin embargo amigo de la parroquia.

Y es que las iglesias, como las personas, se deterioran e incluso se arruinan si falla el tejado, "la azotea", vamos y hay que someterlas a consulta arquitectónica o médica al menos una vez al año, que no hace daño y previene de males mayores.

Se me va la olla. ¿Tendré goteras en la azotea? A lo que iba: en la sacristía de San Sebastián hay unos cajoncitos para que los sacerdotes que celebraban misa allí pudieran dejar el purificador, el breviario y alguna otra cosita pequeña. Hay siete cajoncitos: el primero para el párroco, pero también uno para el coadjutor; a continuación hay cuatro cuyos letreros rezan: "adscrito primero, adscrito segundo, tercero y cuarto"; el último está dedicado a los "sacerdotes visitantes". O sea, al menos seis sacerdotes celebraban misa en una de las parroquias más pequeñas de la ciudad. Ahora estamos dos párrocos para atender las parroquias de San Sebastián con la iglesia de Santiago, La Purísima con San Benito y San Martín con San Julián. Se están invirtiendo los números: ahora tenemos seis iglesias para dos sacerdotes; en pocos años, seis para uno solo.

"España ha dejado de ser católica" dijo Azaña. No le faltaba razón y no tenía razón. Así de contradictorios somos los humanos y los españoles somos humanos. "Los concejales no deben asistir a ceremonias religiosas en representación oficial del Ayuntamiento o, en general, del Estado". No les falta razón ?ya dijo un tal Jesús de Nazaret aquello de "dad al alcalde lo que es del alcalde y a Dios lo que es de Dios". ¿O no se refería al alcalde? Pero no tienen razón porque el exceso de verdad es una gran mentira, como demuestra continuamente la propaganda política. Entre los extremos del clericalismo y del laicismo me parece mucho más moderna la línea de la Constitución española que reconoce la bondad de la colaboración mutua del Estado y de la Iglesia en favor de las personas.

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