Me alimenta el silencio de los campos, la soledad naranja y cenital de las veredas atravesando el sueño de los rastrojos. !Qué alta sencillez la del abejaruco que ahora pasa encima de mis ojos derramando el arcoiris lento de su vuelo sobre los juncos de mi corazón! !Cuánta ternura cruje en las retamas felices del oeste! Necesito este alimento humilde de los campos, la luz dormida sobre los cerezos, el mirlo que huye y luego resucita entre las sombras del amanecer, trayéndome, acercándome en su silbo todo lo que perdí y ahora regresa: mi juventud deshecha, el horizonte, la paz de las colinas bajo el sol.