Un hombre que caminaba por un campo se encontró casualmente con un tigre. Se puso a correr, y el animal estaba a su calcañal, sin darle oportunidad alguna de refugio.
Cuando llegó a un precipicio, no le quedó otra alternativa que aferrarse a las raíces de un arbolito y dejarse colgar de la parte del abismo. El tigre lo olfateaba desde lo alto. Temblando, el hombre miró hacia abajo, en busca de una extrema vía de escape: pero en el fondo del abismo, otro tigre lo esperaba para devorarlo. Solamente el arbolito lo sostenía separándolo de la muerte segura aún sin ofrecerle alternativa.
Pero he aquí que dos topos, uno blanco y otro negro, se acercaron y empezaron a roer poco a poco la raíz. El hombre miró alrededor, ya sin esperanza de encontrar salvación: y he aquí que, descubre cerca de él una hermosa fresa. Agarrándose al arbolito con una sola mano, con la otra arrancó la fresa: ¡Cómo estaba dulce! (Cuento japonés).
Cuando aparentemente no hay salvación de ninguna clase y se hunden todas las seguridades humanas, la fe es nuestra tabla de salvación. Por la fe confiamos y nos abandonamos totalmente en manos del Dios de Abraham y Moisés, quienes se fiaron de las promesas de Señor.
Sólo las personas de fe pueden realizar empresas grandes y sacar fuerzas de todas las contrariedades que salen al paso. "El que cree, dice Kierkegaard, es el único que conserva una eterna juventud". Estas energías las necesita el creyente cuando debe caminar en oscuridad venciendo grandes pruebas y creyendo contra toda esperanza.
En la noche, se necesita una gran fe "pura y desnuda", de la que habla San Juan de la Cruz, para seguir confiando en el Dios que queda mudo ante los males del mundo y ante la dramática situación que experimenta la persona. Solamente la memoria salvífica del pasado y la esperanza en el Dios fiel, clemente y misericordioso, mantienen al creyente vivo en este tiempo de silencio y soledad.
Una de las preocupaciones del ser humano que más le inquietan, es lo relacionado con el mañana. Después de la segunda guerra mundial, los aliados reunieron a muchos niños huérfanos y los colocaron en grandes campos. A pesar de que los cuidaban y alimentaban, los pequeños no dormían bien. Se sentían temerosos.
A un psicólogo se le ocurrió la idea de dar a cada uno una rebanada de pan, para que al dormirse, la tuvieran en la mano. Este pedazo de pan le producía al niño sentimientos de seguridad y tranquilidad, ya que tenía algo para comer al día siguiente.
En los momentos de dificultad, de persecución, enfermedad, muerte de un ser querido, no hay que perder la cabeza, sino confiar en el Señor que cuida de las aves y de las flores del campo. El Señor se preocupa de nosotros, es nuestro Pastor. El suplirá todo lo que nos falta. Dios provee constantemente todo lo que necesitamos, inclusive "la fresa" a su debido tiempo.