Llevamos unas semanas pendientes del agresor-secuestrador sexual, al cual finalmente ha detenido la policía. Todo parece indicar que se trata de un hombre que ha abusado reiteradamente de menores, posiblemente con algún rasgo o trastorno de personalidad, que ya había estado en prisión por este motivo, y que, a juzgar por su manera de actuar, tenía una creencia distorsionada de su capacidad para delinquir sin ser detenido.
Lamentablemente este tipo de abusadores existen y, con frecuencia, se irreductibles, de forma que acaban una y otra vez repitiendo estas conductas. No acabamos de saber como curarlos y, por ello, mientras no estemos razonablemente seguros de que dejaran de hacerlo deberían permanecer en prisión o usar con ellos algún sistema de vigilancia que hiciera imposible su delito. De igual forma decimos que si un abusador se ha rehabilitado, no debe permanecer en prisión un día más.
Pero la mayor parte de los abusadores sexuales no son así. Se trata de personas que, en la mayor parte de los casos, no usan la violencia, sino que se aprovechar de la confianza previa, de la sorpresa y de engaños de muy diferente tipo. Algunos padres de familia, otros familiares, amigos de la familia, educadores, religiosos, monitores educativos o deportivos y personas con todo tipo de profesiones, conocidos o desconocidos para las víctimas.
Son personas que "dan el pego", hacen dos tipos de vida, sin que los demás nos enteremos. Algunos de estos agresores lo hacen una o unas pocas veces y, dándose cuenta de la barbaridad que están haciendo o del peligro que corren, dejan de hacerlo (en cierto sentido podría decirse que se han curado solos, aunque es evidente que son responsables de lo ya hecho). Otros muchos siguen con menor o mayor frecuencia repitiendo esta conducta amparados en el hecho de que la mayoría de las víctimas, el amigo al que se lo cuentan en secreto, o la madre que acaba sabiéndolo no lo denuncian. Es este grupo amplio y variopinto de personas el que es el responsable de la mayor parte de los abusos, personas que cometen menos errores que el hombre del caso comentado y que siguen haciéndolo por la falta de prevención educativa en la familia y la escuela, los fallos en la detección por parte de los profesionales, la familia y la escuela; y, por fin, la poca conciencia del deber profesional y social de denunciar estos hechos, aunque no los hayan comunicado como un secreto. Desde pequeños los menores pueden aprender lo que es un buen secreto (no decirle a mamá que le están preparando un regalo para su cumpleaños, por ejemplo) y un mal secreto (el daño que otras personas le hacen, pidiéndole además que guarden el secreto, que no les denuncien con una u otras formas de seducción o amenaza; daño del que no pueden defenderse por sí solos). Prevenir, detectar y denunciar son los tres pasos para empezar a ayudar a las víctimas y pararle los pies y las manos a los abusadores sexuales. Sabemos como hacerlo, ¿por qué no lo hacemos?