OPINIóN
Actualizado 30/07/2015
Enrique de Santiago

            Hemos decretado el fin de la etapa constitucional de 1978. Ora Cataluña, ora Vascongadas, los de izquierdas y los de derechas.

            Todos los presidentes de la democracia tras, Adolfo Suárez han pretendido pasar a la historia, como él, por ser los dirigentes de la Segunda Transición, y ninguno de ellos lo consiguió hasta que el Sr. Rodriguez recuperó el enfrentamiento de las dos Españas, los diablos del pasado y los rencores enterrados. A ese afán de destruir, con tal de pasar a la posteridad, se unió una crisis económico-financiera de la que no sólo no hemos salido, pese a los "brotes verdes" que aparecen, sino que no saldremos de forma sólida y definitiva, toda vez que no hemos asumido la correspondiente cuota parte de culpa, ni aceptado humildemente que hemos errado, para con coletas o sin ellas, dedicarnos a echarle la culpa a cualquiera de todos nuestros malos oficiales.        

            Que la economía mejore no significa que nos hayamos regenerado para no volver a caer en el mismo yerro.

            Nos hemos empeñado en enterrar el consenso y la constitución, pero los caminos que se pretenden recorrer nos devuelven a los pasados más oscuros, turbios y tristes de nuestra historia, sin haber entendido todo lo pasado, unos por desconocimiento, otros por un intento ladino de reescribir lo que no les gustó, otros por incapacidad mental y otros por sencilla modernidad estúpida. Pero, muy pocos lo hacen con un proyecto sólido, compacto, serio de futuro que permita un cambio económico, que nos dignifique en el dialogo, el entendimiento, la superación de las diferencias.

            Unos cambian para acabar con la otra España, otros para enterrar un sistema, los de más allá para mantener su pesebre, los de más acá para encubrir sus desmanes, pero la concordia, el consenso, la paz conseguida con la Constitución, mejorable, de 1978 no se puede poner en cuestión si no es para mejorarla, para negociarla entre todos, para hacerla crecer en coherencia, fuerza y democracia. Pero por ahí no van los tiros (en ambos strictus sensus, valga la "redundancia" que diría el otro)

 

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