Ayer tarde al volver de otro estupendo concierto de órgano en la catedral, me encuentro entre las noticias el hecho adobado de que todo un símbolo como Ada Colau, cabeza visible del ayuntamiento barcelonés, se cargaba a otro símbolo, el busto del rey anterior del salón de sesiones del ayuntamiento. Los operarios de Ada procedían a bajar con poco miramiento al rey de su pedestal y guardarlo en una caja de cartón cinchado con cinta de carrocero. Ada Colau aún no ha asumido del todo su condición simbólica como alcaldesa, pero sí que lo tiene como activista paradora de desahucios. Y es que ese ha sido su principal mérito a la hora de acceder a tan alto sillón de mando.
Creo que cualquier dirigente debe ser reconocido por lo que haga y cómo lo haga a favor de sus subordinados, y no tanto por hechos de esta índole. Pero mucho me temo que esa señora alcaldesa se le va conociendo más por desplantes, modos atrabiliarios de comportamiento, y gestos para la galería que asuntos de verdadera relevancia como administradora de intereses más colectivos.
También ayer sobre esas horas devoré otra noticia de Messi (otro símbolo más y de varias cosas) al que recriminaban que su llegada en visita promocional a Gabón (otro símbolo de país pobre) con tan poco respeto en su actitud e indumentaria, según noticias de allí. Llegó con cara de sueño, desganado y muy poca simpatía (en eso también parece un símbolo), con barba descuidada, con gorra y manos en los bolsillos. Los encargados de recibirle en el país pobre pero digno, se ofendieron que así llegara y decían que parecía desmotivado y presto a visitar un zoo para repartir golosinas a los animales. Tal cual lo describo decía la noticia de agencia.
Está visto que algunos símbolos decepcionan. Y a veces decepcionan más los símbolos vivientes que comen, beben, bostezan y dicen improperios entre expectación, que los otros símbolos que sólo son trapos de color, músicas solemnes o simples bustos que parecen mucho más fáciles de injuriar.