En la entrada del blog de la semana pasada hablamos de la muerte, de la muerte de los seres queridos, de la muerte cercana, de nuestra propia muerte y de nuestra temporalidad. Más allá del aspecto biológico, la muerte es la no respuesta, y se convierte en una realidad ontológica que reviste al hombre y lo desnuda más allá de toda desnudez. Se me da como un rostro diferente a mí, pero que no me es indiferente, es un ser querido que me afecta en el hondón de mi ser, hasta sentir la angustia de mi propia finitud y de mi propia muerte. Mi muerte es participación en la muerte de mis seres cercanos, del prójimo, en su "estar ahí" me desvela un sentido global de la realidad, de mí mismo, del mundo, de Dios. El final es no el límite último, es una manera de asumir mi propio ser. La muerte es asumida desde que somos, es un modo de ser y así en su realización nos abre a la totalidad y nos la anticipa el "todavía no".
No podemos hablar de la muerte, sin hablar por lo tanto de la esperanza, en un lenguaje filosófico, pero también religioso, son las dos caras de una misma realidad. El hombre se abre al sentido último y global, como Odiseo que apunta hacia Ítaca, soltando lastre y ligero de equipaje, como los hijos de la mar. La esperanza es un sentimiento muy humano, que no sólo opera en la esencia y la libertad, sino también en la relación hombre- mundo. Un mundo que se nos presenta abierto y no determinado, como un proceso, como una tendencia hacia algo inacabado e incompleto. Desde ese proceso o camino, el ser humano busca su verdadero ser, el camino a Ítaca, su lugar en el Cosmos en el pensamiento de Marx Scheler, o mejor "donde nadie ha estado todavía", según Bloch.
En ese caminar, el hombre tiene la capacidad de proyectarse más allá, transcender el horizonte del mundo, a la espera de un futuro que no sólo puede ser realización suya. Es una esperanza en el perfeccionamiento de su ser, y en una transformación del mundo. Pero todavía puede proyectarse más, el hombre es llamado a la trascendencia, al misterio. Así pensaba K. Jasper, donde el mundo y el hombre se autofundamentan, la Transcendencia, se confiere en fundamento. La Transcendencia misma no se manifiesta nunca, sólo en el lenguaje de las cifras, en el lenguaje de los símbolos, como realidad espiritual que nos permiten un acceso a ella, intermediario entre la existencia y la Transcendencia.
El Dios que habla la teología cristiana, es el Dios de la esperanza (Rom 15, 13). Un Dios que no está encima o dentro de nosotros, va y ha ido delante con su propia muerte y su propia esperanza. Es un Dios que sale a nuestro encuentro en sus promesas de futuro, un Dios que tiene el futuro como carácter constitutivo. En todo el Nuevo Testamento, la esperanza se dirige a lo que todavía no se ve, es por ello, "esperar contra esperanza". Por esa razón, lo visible y lo ahora experimentable, es una realidad perecedera, como si fuera una realidad abandonada de Dios, que nosotros debemos dejar atrás. Es el crucificado el que tiene futuro, la cruz está preñada de vida, de esperanza, de resurrección: "Él es nuestra esperanza" (Col 1, 27). En la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, queda patente el poder y la fidelidad de Dios como cumplimiento de una promesa. Una promesa que se ha anticipado en la resurrección de Jesús. Con ella ya no sólo se mira al pasado, sino al futuro. La esperanza no se refiere ahora a un Novum sin precedentes, sino que tiende a acentuar lo que falta en ese proceso abierto en y por Jesús (continuidad-novedad).
Es necesario recordar ahora, no sin rubor, las palabras de Adorno, donde Auschwitz había privado de su derecho a toda voz desde las alturas, las víctimas son normativas clamaba. Pero podemos esperar, porque las víctimas esperaron. Esperar a pesar de todo. J. B. Metz nos recuerda: "Los cristianos jamás podemos volver atrás de Auschwitz; y tampoco ir más allá de Auschwitz solos, sino solamente con las víctimas de Auschwitz". Sólo hay una manera de encender la esperanza en las víctimas del pasado, es que ese pasado no esté del todo cerrado, que el verdugo no triunfe sobre las víctimas. Ahí está la resurrección de Jesús, una realidad que es sólo objeto de fe, pero como nos recuerda Moltmann, mientras la historia continúe, todo es posible. De momento, lo importante, es no olvidar, que es la única manera de mantener la chispa de la esperanza.
Por lo tanto, esperanza tiene que ver con la salvación, con esa iniciativa de Dios que da un sentido a la realidad personal, social y cósmica. Esta esperanza asociada a la salvación que abarca la totalidad de lo real. Estamos hablando de unos contenidos que son iniciativa de Dios, no del hombre, aunque en colaboración con el hombre, que ha recibido el orden del mundo. La esperanza, es esperar lo imposible, contra toda esperanza, esperar a pesar de todo. Esta esperanza, no sólo tiene una dimensión temporal y futura, es una esperanza hacia el otro y al Otro. Apertura y desvelamiento de Dios, y apertura al hermano y sobre todo a los que más sufren o han sufrido. Desde aquí, se pone en marcha el dinamismo de la esperanza, que es fe y caridad. La esperanza impulsada por el amor y la caridad, que a pesar del dolor y del mal, asume y transciende la historia, el tiempo y la muerte.
San Agustín que quería ir siempre más allá de Ítaca, en los límites de la esperanza, nos recordaba: Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar.
Ítaca
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Konstantinos Kavafis