A algún lector este título le puede resultar injusto o falto de sensibilidad, si se lee desde el punto de vista de un parado, por ejemplo, o desde el de una familia sin recursos económicos mínimos.
Respondo argumentando que el nivel de la necesidad es relativo (¿necesario para qué?) y distinto al nivel de lo que podemos hacer. Todos necesitamos aire limpio para respirar y la mayoría de los españoles no lo tenemos, ni, a este paso, lo tendremos nunca.
Las vacaciones son necesarias, si no para la supervivencia, sí para la higiene mental y para un enriquecimiento de los puntos de vista cotidianos, en los que pasivamente tendemos a instalarnos. A veces, metidos durante todo el año en un trabajo duro, física o mentalmente, también nuestro organismo necesita vacaciones.
Más allá de los beneficios de siempre conocidos que nos proporcionan las vacaciones, citaré otros dos menos explorados: la ventaja de ampliar nuestra experiencia con puntos de vista ajenos, y el aprendizaje de novedades que pueden enriquecer o conducir mejor nuestras vidas.
Cualquier viaje a lugar ajeno conlleva una confrontación con aspectos distintos entre el viajero y la población con la que nos encontramos; esto sirve igual para un viaje al pueblo de los abuelos a cien kilómetros de distancia, que para un viaje a las islas Malvinas o al Polo Norte. Durante la experiencia viajera el punto de vista cotidiano se descentra; estamos obligados a evaluar los valores, las costumbres, las creencias de los visitados y compararlas con las nuestras. Y a la vez, y siempre, aprendemos cosas nuevas, valiosas, si mantenemos los ojos y los oídos abiertos (si no nos reducimos a tomar fotos o vídeos del lugar visitado).
Pero hay además un tercer aspecto de las vacaciones que los más conservadores valoran mucho, y que los menos conservadores también perciben, a pesar de sus deseos continuos de novedad: la vuelta a casa. Muchas veces al volver a nuestra casa nos encontramos no ya con esa pobre frase de que "como en casa, en ningún sitio", sino que volvemos a descubrir que aspectos esenciales que compulsivamente buscamos los tenemos "delante de nuestras narices". Como en el cuento oriental de aquel que encontró un plano de un tesoro escondido, siguió el plano y cuando después de un largo viaje llegó al supuesto lugar del tesoro, se encontró, bajo una palmera, con otro plano que le indicaba que el lugar del tesoro escondido estaba en un rincón de su jardín.
Ojalá nuestras vueltas de vacaciones sean similares (pero no tan llenas de tareas) a la vuelta de Ulises a Ítaca. Ojalá nunca nos perdamos, aunque perdamos algunas certezas o comodidades.