Se va arrastrando el verano, lento, rotundo, implacable como légamo de antiguo río, por nuestras ciudades y pueblos bajo el calor aplastante y la luz que dura, y uno tiene que reposarse un poco, en las orillas del tiempo para apaciguar el ajetreo habitual, en ese tiempo donde la luz se alarga, allí donde el pensar y sentir se van cuajando de otro modo?
Se nos antoja así que "miradas son caminos", saliendo a la búsqueda de las sorpresas que nos depara el contraluz de un patio, la sombra de una encina, el visillo roto tras la ventana, y nos encontramos leyendo pinturas o pintando versos, a instancias, tal vez sin saberlo, del gran Leonardo da Vinci para quien la pintura es una poesía muda y la poesía una pintura ciega, así vamos aprendiendo a mirar, como aprendimos a leer, a caminar.
Y se nos aparece el mundo transfigurado y recodificado como un gran libro escrito en diferentes idiomas: luces y sombras, corazones y voces, hombres y mujeres, dioses y niños? Todo nos invita, nos emociona, todo va inscribiendo una huella en nosotros, cada uno hace su lectura a la medida de su imaginación o sus deseos? Mas el que pinta lo vive, lo lee y luego lo transforma en trazos y colores, lo reinventa y , a su vez, nos ofrece otra lectura nueva ( https://www.flickr.com/photos/miscuadros/)
Hay quien se atreve con el origen de las palabras y los colores, de las sensaciones básicas, nos pone en el lugar primero de su génesis, cuando en la infancia el garabato, la grafía y la mancha, se iniciaban juntos para explorar lo familiar, lo cercano: casa, lluvia, flor, es la frescura de Miró, y de tantas vanguardias.
Bichos, piedrecillas, flores, lo que incordia o decora el espacio veraniego, la terraza, el parque, la playa; todo ello forma un universo fascinante, así efectivamente un cuadro, como un libro, nos lleva más allá de nuestros límites cotidianos, nos cuenta otra historia. Pero un paisaje original, remoto, visto o soñado, puede ser también el principio de una pintura, el gran maestro del impresionismo Renoir señalaba con acierto: me gusta una pintura que me hace querer pasear en ella.
Por ejemplo la tierra henchida de frutos que es promesa para el niño que la abraza y se adentra en el secreto del bosque, e irá luego pasando sucesivos umbrales, como en los cuentos, ventanas, puertas, hasta diluirse en un horizonte de luz casi abstracto, solo color. O el joven que se sienta más tarde reposando en la alcoba la emoción de la lectura callada, y desde el libro se embarca a la aventura de la calle, el viaje, la navegación; porque el libro es nave, donde el cuadro, paisaje inexplorado. El pincel que rema a través de experiencias nuevas nos seduce en amable sinfonía de formas, texturas, matices, así los pintores clásicos holandeses, o los románticos alemanes.
"Miradas son caminos", donde el asombro viene motivado por la luz que baja del cielo y se encarna en la mano, el rostro, la piedra, el árbol, la estrella; donde el corazón o el ojo se tornan protagonistas de una escritura sagrada, amalgama de figuras extasiadas ante el misterio de la existencia, pues "quien contempla, quien pinta, su corazón vacío, se vuelve eje de la mutación universal" como dice el maestro chino François Cheng.